Deliciosas esas casi dos horas en las que Del Toro, con una visión onírica y nada infantil, aunque sea una niña su protagonísta, nos ofrece los universos paralelos y conectados de las realidades humanas encerradas en fantasías y lo fantástico y loco que puede tener todo el mundo real.

La guerra civil española no es fantasía (aunque esta visión quizá tenga tanta fantasía como el laberinto en si mismo, pero fijémonos en la idea más que en otra cosa) el despotismo y la locura humanas fueron pintadas con pincel limpio, claro y tormentoso para hacernos entender que los finales felices son extraños, más fantásticos que el mundo de la princesita. La muerte, la no indulgencia, el dolor y la incomprensión son la verdad del universo visible, el universo de los mortales. Es por eso que las pruebas para la niña eran tan simples como complejas y simbólicas: si no se puede superar el egocentrismo y los deseos humanos, tan naturales como malévolos en sí, no se puede alcanzar el mundo sensacional y noble al que la princesa pertenece.

Una historia llena de metáforas como de verdades a gritos. Destrucción y muerte, creación y vida que están unidas y separadas por paredes y puertas grabadas en tizas mágicas. Y lo único que podemos decir, como spoiler válido, es que no se trata de una historia para niños. Como un aparte, excelente el capitán, superando con creces al resto del elenco, correcto pero no sobresaliente, en un gran e histórico acierto de Del Toro, un cuento fantástico.