Una de las películas más raras de esa época tan variada y desfogada que fue la Transición desde el punto de vista artístico/cinematográfico. Sin argumento prácticamente, hoy día es una obra insostenible y caducada, que combina todo tipo de artimañas antinarrativas de todo clasicismo para contar una absurda historia de tres personajes (ciertamente, por cosas parecidas a Godard se la ha tenido en ocasiones por un genio): hay una premeditada y sincopada narrativa, con uso de rótulos al estilo del cine mudo, una voz en off tan molesta como inútil, una lectura del guión "in situ", partes de documental, amateurismo interpretativo. Como en toda su filmografía (por decir algo), García Pelayo hace hincapié en el aspecto sexual y su clara intención es mostrar un producto libertario y espontáneo, casi contracultural, una catarsis liberadora tras décadas de opresión.
No dudo que tuviera su punto en su momento, pero actualmente resulta tan cargante como desquiciada, requiriendo de una predisposición más que voluntariosa para hacerse soportable. Sus coqueteos con un tono poético no tienen precio y quizás su máximo valor, dentro de una absoluta mediocridad, fuera querer ser un altavoz, un punto de partida, para ir consolidando un cine andaluz tan inclasificable como dotado de esquivas señas de identidad. Se queda en la foto, desenfocada y color sepia, de un instante que pudo ser maravilloso.