El documental aborda una franquicia tan influyente, tan económicamente relevante y tan custodiada, que impide al equipo que participó en ella poder expresar sus sentimientos con total honestidad.

Hay mucha artificialidad y todo lo que los actores dicen parece comedido, como si tuvieran miedo de decir lo que realmente piensan. Es lógico que un producto como este quiera impregnar a la saga de nostalgia y cariño, pero podrían haber aprovechado la ocasión para aportar una visión más profunda y humana de lo que supuso Harry Potter, sobre todo para estos 3 actores que analizan ahora su pasado con perspectiva. Solo tenemos un atisbo de ello al final, cuando Rupert Grint sale de su zona de confort de decir que sí a todo y comenta que casi no podía disociar el personaje de su propia persona, pero no se indaga más allá en tal impacto psicológico. Los comentarios suelen ser arquetípicos (éramos una familia, bla bla bla), como si se cubrieran las espaldas entre ellos para no dejar a nadie en mal lugar.

Quizás esto también explica la ausencia de J.K. Rowling en el documental, quien, debido a su bajo índice de popularidad por haberse metido de lleno en el purismo queer, parece convenientemente no ser invitada a este reencuentro. De hacerlo, la buena salud de la franquicia correría peligro y podría verse envuelta en las polémicas que la propia autora ha creado.

Al final el documental es un caramelito que, como fan, se disfruta, y como homenaje también funciona, pero no aporta nada. No veréis una opinión sincera sobre lo mal que trataron al personaje de Ron conforme evolucionaba la saga, no veréis cuestionar las decisiones estilísticas o los cambios con respecto a la historia original. Y, por supuesto, nunca sabremos cómo se moldearon las personalidades de 3 brillantes niños que, con toda la ilusión del mundo, acabaron subyugando su vida a Harry, Ron y Hermione.