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Críticas de Emilio Calle
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
9
21 de noviembre de 2016
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es de suponer que los que conozcan su anterior obra “The Yellow Sea”, la sola mención de Na Hong-jin haga que su curiosidad se abalance sobre cualquier noticia de quien llevaba seis años sin estrenar. Por suerte, el director y guionista coreano vuelve a la gran pantalla para ofrecernos otra película aún más extraordinaria si cabe.
Alejada de la gramática visual empleada en sus dos otras obras, “El extraño” se acoge a cierto clasicismo narrativo. Lo cual no deja de ser muy arriesgado (y todo en esta película lo es) porque el relato es, sobre todo a medida que uno se va extraviando en él, cualquier cosa menos clásico. Ni siquiera el argumento permite sospechar lo lejos que llegará Na Hong-jin en el desolador tramo final, tan enigmático y oscuro que ni siquiera se puede reducir a un maldito “spoiler”.
Y la historia es solo una mecha que arranca cuando en un remoto pueblo comienzan a sucederse unas extrañas y brutales muertes que no logran encajar en ninguna explicación racional. Parece que nos hallamos en los umbrales de un “thriller” de psicópatas (narrado, eso sí, con exquisitas pinceladas de un humor, de lo más negro a lo más costumbrista, que recorrerá todo el armazón hasta que el desasosiego creado magistralmente lo anule por completo en el complejo tramo del brutal desenlace), pero no tardan en aparecer elementos sobrenaturales, y entonces puede que parezca una película de terror (que lo es), con toques propios del “gore”, y así será secuencia por secuencia. Na Hong-jin tiene tal dominio del oficio, y su escritura es tan compleja y rica, que puede ir saltando de género en género con astucia y solvencia. Acompañando casi siempre al policía protagonista, un extraordinario Kwak Do Won, primero investigado, luego parte fundamental de lo que está sucediendo, iremos recorriendo los secretos de ese lugar tan apacible en apariencia pero que tras la llegada de un extraño terminará convertido en un escenario de horror y culpa. Es enormemente delicado manejar la imprevisibilidad como eje sobre el que vertebrar toda una película (y esta, para variar, ronda las dos horas y media de duración). Pero Na Hong-jin sorprende una y otra vez, desde la sutileza o desde el exceso, no dejando que el espectador se acomode demasiado tiempo antes de ofrecer un nuevo requiebro. Y para cuando ya uno no sepa si el extraño es el recién llegado, o lo son todos los demás, el film se abre en canal para revelar que toda su fuerza interior no estaba señalando a fantasmas, diablos o espíritus, o por reducirlo aun más, a nada sobrenatural.
Sólo nos estaba apuntando a nosotros.
Con tan sólo tres películas, y el amparo de los festivales de cine, Na Hong-jin se vuelve a confirmar como un director y guionista de portentoso talento.
Una película magistral.
http://www.elcotidiano.es/el-extrano-un-viaje-al-centro-del-horror/
Emilio Calle
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9
9 de diciembre de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El crítico André Bazin escribió que el western cinematográfico fue el fruto del cruce entre una mitología que moría pero aún viva y un medio de expresión que nacía y crecía. Desde entonces, cuando ya hace mucho que el viejo Oeste es territorio de fantasmas, la simbiosis ese encuentro sigue generando cine de muchísima altura, por mucho que sea el género que más veces ha sido enterrado. Y Netflix, que claramente apuesta y gusta del género, nos regala una de esas raras piezas que únicamente parece al alcance del western: "La balada de Buster Scruggs", escrita y dirigida por Joel y Etan Coen.
No es la primera vez que los hermanos Coen han transitado por los territorios de la frontera. "Arizona Baby" "El Gran Lebowski" (cuyo narrador era un espectral vaquero) o la despiadada caza del hombre (uno de los pilares del género) narrada en "No es país para viejos" fueron muestras más que brillantes de su interés por esa mitología. Y llegó su remake de "Valor de ley", una obra maestra plano por plano, y con uno de los duelos finales más electrizantes de la historia del western dentro del respeto y el rigor más fiel a su fuente de origen (como hicieron con la novela de McCarthy). Aunque "La balada de Buster Scruggs" es, desde el minuto uno, un viaje al cada vez más hermético mundo de los Coen ahora haciendo suyos esos mitos, y caerá sin remedio en esa zona de nadie entre los que creen que los consideran unos autores de títulos geniales pero también de insufribles fiascos, y esos otros a los que fascina su obra en general por lo que tiene de personal, de inclasificable, de ingobernable, de audaz, de verdadera autoría sin importar la película de la que se hable.
Seis relatos conforman este enciclopédico repaso a una iconografía del todo conocida: pistoleros, fugitivos, ahorcamientos, indios, caravanas, diligencias, caza recompensas, buscadores de oro, vaqueros... De nuevo con Bruno Delbonnel (con el que ya trabajaron en "A propósito de Llewyn Davis") como director de fotografía, este tropel de imágenes es filmado de modos muy variados, aunque nada unifica sus tonos, algo que hubiera sido posible de no ser porque cada historia puede nacer y morir donde uno menos se lo espera, lo que a veces le termina dando un aspecto extremadamente artificial, como las ilustraciones que abren cada relato. Intencionado, claro, como cada cosa que hacen los Coen. Y a medida que avanza el metraje, con sus autores pasando del disparate a lo genial o de lo inconexo a lo desconcertante en lo que siempre parece una muy calculada dispersión, queda claro que su obra comienza a traspasar zonas mucho más sombrías de lo que ya empezaba a ser marca de la casa. Que todo comience con el relato que da título a la película es bastante revelador. El cantarín y dicharachero Buster Scruggs, como uno de esos narradores tan queridos por los Coen, desgrana con sus canciones un hilarante episodio de su vida, una historia que acumula una sorpresa tras otra, un festín de gags perfectos que aun se perfeccionan más un instante después, y pasma la cantidad de hallazgos que son capaces de encontrar en la brevedad de este prólogo. No se acaban las risas, ni mucho menos. Pero el resto de lo que se contará dista en mucho de la blanca luminosidad de ese pistolero cantante, protagonista de un duelo que ya entra en la categoría de inolvidable. Y sin recato alguno, los hermanos Coen despliegan todos sus recursos (atropellada o magistralmente) en relatos que se adentran en simas de oscuridad y dolor, un muestrario de brutalidad que por momentos te raja el aliento, manejando con perfección pasmosa los diálogos y mostrando la misma maestría para utilizar el silencio, haciéndonos testigos de asesinatos de insoportable gratuidad, arrojando al espectador a momentos de una tensión muy tenebrosa de los que salen usando la humorada o que prolongan (como la historia protagonizada por Tom Waits) hasta rozar la agonía. Narraciones como la de la caravana aplacan con iconografía clásica lo despiadado de la propuesta, pero su desenlace sube un peldaño en la escala del horror. Y el final del último cuento, y cierre de la película, es decididamente malicioso, son los Coen de nuevo, traviesos, asomándose por una rendija de su obra para remarcar lo calculado de su propuesta y darle otra nueva de tuerca a sus sinsentidos, una invitación a perderse en el misterio, aceptar que lo inexplicable aniquila la razón sin miramientos. Es su juego. Son sus reglas.
El resto, como en cada cada película de los Coen: un reparto más allá de lo perfecto increíblemente bien dirigido y el compositor Carter Burwell (cuya banda sonora es una maravilla) que ya es como la piel de sus películas.
Está claro que "La balada de Buster Scruggs" no será una de esas grandes obras de los Coen. Pero es, sin duda, una de esas que los hace cada vez más grandes.
Emilio Calle
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5
25 de diciembre de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para ser un actor y un director que se ha granjeado algo más que el favor de los taquillazos, es bastante infrecuente ya que el nombre de Mel Gibson aparezca en la cartelera (más allá de sus episódicos cameos en lo peor de la serie B). Diez años han pasado desde que, contra todo pronóstico y contra toda opinión, dirigiera de forma magistral esa arriesgadísima crónica de una doble exterminación que se llamó "Apocalypto". Y cuatro desde que se dejó ver sólo como actor en la, pese a lo irregular, extraña y divertida "Vacaciones en el infierno". Con el proyecto siempre apartado de llevar a la gran pantalla lo que él denomina como una versión personal de "Fahrenheit 451", parece que se ha centrado en su nueva película como director, "Hacksaw Ridge", cuyo estreno tendrá lugar el próximo noviembre, un alegato pacifista que, teniendo en cuenta su sorprendente trayectoria y su visceralidad visual, tiene ya visa para ser una de las obras más esperadas del año.

"Blood Father" parecería un proyecto menor, algo rodado, como hacen otras tantas estrellas, para que nadie se olvide de que aún sigues en activo. Menor, sí, pero plagada de principio a fin de más hallazgos de los previstos, aunque al final todo se quede en territorio de nadie (algo, que todo hay que decirlo, también es de agradecer dados los ataques de moralina a los que nos tienen acostumbrados últimamente). El principio de la película es un ejemplo perfecto de sus virtudes: una joven de diecisiete años compra una cantidad enorme de munición en un supermercado. Balas y chicle. A lo que que intenta añadir un paquete de tabaco. Pero no pueden vendérselo. Es menor de edad para fumar, pero no para comprar cajas y cajas de municiones. Y así arranca esta obra de cine negro, pero que no tarda en dejarse llevar por los aires de un "western" crepuscular. Estamos en la frontera, donde, tal y como nos cuenta uno de los personajes, se está erigiendo una muralla construida con las planchas que se utilizaron durante la guerra de Vietnam para improvisar pistas de aterrizaje, y que hubo que llevarse de vuelta a casa cuando perdieron el conflicto. La aridez, la despiadada soledad, la ausencia de una ley que no dicten las armas, los desarraigados que malviven en caravanas y existencias desvencijadas por el fracaso, las motos usurpando la mítica de los caballos en los caminos domesticados, el culto oscuro y enloquecido a la infamia del exterminio. Es el gran acierto de la obra, su seca ambientación, que sin ser demasiado aventurado es complicado no pensar que sea dominio del propio Gibson, que atesora mucho más cine del que lleva su director, Jean-François Richet. Porque el argumento no llega ni a esquema: un ex convicto (tranquilos, era culpable, no fue a la cárcel por error ni nada de eso) que malvive en el desierto haciendo tatuajes, recibe la llamada de su hija, la cual ha caído en medio de lo peor de lo peor de los grupos que controlan el narcotráfico. Y es en su primera parte del metraje, cuando la película se asienta mejor, es más seguro su avance. Pero un desenlace precipitado termina despertando cierta indiferencia final que desluce sus logros. Y como regalo, y pese a que apenas hay personajes en la película, uno se encuentra con actores de la talla de William H. Macy, Michael Parks o Diego Luna, y con la confirmación del talento de Erin Moriarty, que ya dio avisos de su talento en la primera temporada de "True Detective".
Lástima su casi total ausencia de guión.
Porque su premisa ya se gastó en el tráiler.
Emilio Calle
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7
19 de enero de 2019
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pasado el primer sobresalto sobre "Glass", cuando los primeros críticos la machacaron sin tibieza alguna antes de su estreno mundial, ya es posible para cualquiera desligarse de esa primera avalancha de decepción, y adentrarse por uno mismo en una de las películas más esperadas de los últimos meses. Y aunque las voces especializadas entonasen su desencanto, nunca es sencillo destripar una película de Shyamalan así, a vuela a pluma.
Aunque es fácil entender las reticencias.
Inexplicablemente, "Glass" tarda muchísimo en comenzar. Mucho metraje desligado de las expectativas generadas en intento no muy efectivo para conjugar a los espectadores conocedores de los dos títulos anteriores y a los que se enfrentan por primera vez (los cuales no se librarán del desconcierto si no han vivido personalmente los antecedentes) al más extraño de los proyectos shyamalanos. Recordatorios, explicaciones, por momentos casi una parte desgajada de "Múltiple", referencias al cameo que el propio director hizo en "El Protegido", piezas que ya están unidas, piezas aún por pegar. Un equilibrio imposible porque tantos los unos como los otros son conscientes de que los tres protagonistas se terminarán encontrando en un mismo escenario, y la demora en llegar ahí se acaba convirtiendo en un lastre.
Pero desde que la película ya se centra en lo que ocurre en ese centro psiquiátrico donde son encerradas las estrellas de la función, Shyamalan empieza a desplegar lo mejor de sí mismo, lo que le han convertido en un director excepcional: una puesta en escena brillante, que logra inquietar tanto con o que ocurre dentro del encuadre como lo que pasa fuera de él; un tono nunca definitivo, siempre esquivo, sagaz, irónico e incisivo, o brutal, o inesperadamente humano; un maestro en esos pequeños y demoledores giros del guion en los que a veces una simple pincelada le basta para poner en alerta todas nuestras inquietudes; ligero y a la vez profundo, sencillo en sus planteamientos pero al mismo tiempo capaz de legar los más perturbadores desasosiegos... Quizás haya puesto muchas piezas en el tablero, y algunas son rémoras que restan fluidez al relato, pero cuando finalmente se llega al desenlace, es cuando Shyamalan vuelve a demostrar lo complicado que resulta enlatarlo en el cine de género, sea el que sea. Es Shyamalan. O lo tomas o lo dejas. Abarrotado de sorpresas, los últimos minutos nos devuelven la maestría de "El protegido", y ya en el último minuto se alza, como el rascacielos mostrado, un miedo inconcreto que todo lo abarca y que se suma a la amargura de las dos entregas. Es muy probable que esa demencial batalla final sea considerada con el tiempo otro de esos alardes narrativos que solo está al alcance de autores de la talla de Shyamalan.
Ni es sencillo llegar a saber quiénes somos realmente ni nuestro papel en la vida ("El Protegido), si lo llegamos a saber los mecanismos de defensa que desarrollamos para protegernos pueden mutar en oscuras abominaciones ("Múltiple), y si las defensas deben ser tan radicales es porque una vez que los demás descubren nuestro verdadero ser, eso nos hace tan frágiles y quebradizos como el cristal ("Glass"). Pesimismo a raudales.
Shyamalan, en otra de sus marcas de agua, da nuevas muestras de lo magnífico director de actores que es. Bruce Willis y Samuel L. Jackson saben sacar el mejor partido a su destino crepuscular, Sarah Paulson (todo un guiño a los fans del fantástico, en especial a la serie "American Horror History", otra de esas retorcidas ideas de Shyamalan) se desenvuelve de maravilla en la piel de una doctora empeñada en demostrar a nuestros tres protagonistas que tan solo son enfermos mentales, y claro, James McAvoy, quien si ya tuvo bastantes embrollos de personalidad en "Múltiple" ahora es acribillado sin piedad por el director en una serie de secuencias donde cambia continuamente de identidad en cuestión de segundos, una y otra vez. El alarde de un actor excepcional.
Que la trilogía se haya cerrado es cuestionable.
Pero aunque el camino iniciado con "El protegido" no se culmina a la altura de esa obra fascinante y misteriosa, sí que pone un punto y final que no debería ser enturbiado por la banalidad del "merchandising" que precisamente tanto se critica en esta película y en la primera, otra de esas muchas lecturas semienterradas que Shyamalan es tan adicto a avivar.
Emilio Calle
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La tortuga roja
Francia2016
7,1
9.038
Animación
8
12 de enero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece justo señalar que cuando Hayao Miyazaki anunció su retirada del cine, el lógico pesimismo que se extendió entre los aficionados a su cine también terminó por anegar, de forma injusta, a los estudios Ghibli, como si su nombre no pudiera sobrevivir al del gran maestro de la animación japonesa.
Y no es cierto.
No sólo el cine de animación sufrió una grave pérdida.
El cine en general no volverá a ser el mismo sin Miyazaki.
Pero Ghibli está dando muestras de que el arrojo que ha logrado que el suyo ya sea un nombre mítico por méritos propios, sigue intacto. Y aunque, como es el caso que nos ocupa, otras productoras también han participado en el proyecto, eso es sólo el preocupante síntoma de que una película como esta apenas encuentra financiación."La tortuga roja", debut del director Michael Dudok de Wit, es una obra tan deslumbrante que toda aproximación a ella parece quedarse en nada. Decir que es la historia de un naufrago y sus desventuras en una isla es reducirla a algo que no es, ni tan siquiera como posible sinopsis. Señalar la osadía de rodar una película muda de principio a fin (y lo es, ninguna palabra hace su aparición en momento alguno) la etiquetaría como una "rara avis" más, que como otros tantos títulos ronda lo experimental para exprimir una rareza o que se afianza en las virtudes de un actor y su solvencia (vamos, justo en la antípodas de la incontenible verborrea mental y oral de Tom Hanks en la isla donde Zemeckis lo dejó abandonado, aunque acompañado de un, a su manera, más que locuaz balón, que ni siquiera fue nominado a los Oscars como mejor secundario). Ahondar en una posible simbología sería caer en la sencilla trampa de las evidencias, cuando la honda tristeza que recorre el metraje rechaza lecturas simplistas de sobrecargados tintes ecologistas. Porque, y este es sin duda uno de los impagables legados que se le deben a Miyazaki, no se puede hablar de otra cosa que no sea de poética.
De una belleza sobrecogedora, todos los planos de esta película son, cada uno por separado, verdaderas maravillas. De trazo sencillo y colores de contadas vivezas, cada imagen se alza casi como un grabado, y no son pocos los momentos en los que uno lamenta la desaparición de algunos planos, tal es el hechizo que despiertan. Y por si este alarde de virtuosismo aun fuera poco, el guión es tan firme que cada secuencia no hace más que fortalecer la propuesta, y desde un principio adentrarse más y más en el territorio acotado de su propio lenguaje (baste señalar ese misterio inicial de saber qué fuerza o ente o animal marino impide una y otra vez, con un toque casi buñueliano, la salida del naufrago cada vez que intenta salir de la isla en una de las muchas balsas que construye, y que al ser resuelto hace que la película se adentre en territorios completamente inesperados). Al ser muda, no cabe esperar causas, explicaciones racionales, orígenes o referentes anteriores a esa tormenta en la que ha naufragado, cuyas aguas enfurecidas adquieren, ante esa falta de enclaves reales, un carácter maravillosamente metafórico (sólo la despiadada marejada inicial es sobrecogedora, y sin efectos especiales buscando lograr otra cima visual, un empeño del que parece imposible librarse). De hecho, una vez dentro de la dinámica de la obra, toda la película es una sucesión de metáforas, algunas osadas, siempre acertadas, otras quizás algo herméticas, aunque sin sobrepasar jamás el sosiego en la mirada de un director excepcional.
Habrá quien la acuse de lenta, y hasta de pretenciosa.
Pero nada puede erosionar la extraña reflexión sobre la vida y la muerte de esta hemosísima película que por una vez habla de todos nosotros sin tener que señalar a nadie en concreto.
Emilio Calle
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