Una de las mejores películas que he visto en los últimos años, a partir de la adaptación de la novela de Yates, Mendes crea un filme de enorme categoría, un paseo por los 36 milímetros lleno de emociones, algo que no olvidas y que sobretodo hace que puedas quedarte hablando por horas. Sin más una de esas películas que te hacen pensar y que no pasan desapercibidas. Si bien el argumento podría presentar ciertos visos melodramáticos, el peso de las interpretaciones de unos memorables Winslet y DiCaprio le dan al film el soporte necesario para hacerlo creíble. Narrar en dos horas la insatisfacción y la tristeza de una pareja prisionera en una felicidad correcta es algo que merece la pena. La película descorazona y llena de zozobra. Para muchos después de verla no habrá indiferencia, no pasará sin pena ni gloria, y dejará sin duda un recuerdo. Y bajo la fascinante tarea del reparto esta de presente su trascendencia argumental. No todas las experiencias cinematográficas y he aquí algo notable en esta, hacen que reflexiones a nivel personal acerca de los sueños y la felicidad.

Bueno… he tenido un par de amigos que la consideraron aburrida y sosa, y que no entendieron la insatisfacción de los personajes. En innegable que como cualquier otra valoración subjetiva, tu pasado y el quién eres influye en cómo asumes las historias, y para este caso Revolutionary Road. Algunos se sentirán identificados con una pareja que cree tener algo especial, se emocionarán de ver el vuelco que quieren darle a su monótona vida, y se sentirán agobiados con el desenlace. Otros no entenderán que los hacía infelices teniéndolo todo. De presente está la eterna pregunta por lo que nos hace felices. Algunos dirán que es cine pretencioso y extremista en la emotividad. Para mí por el contrario es cine incómodo en el buen sentido, que no me deja incólume. Si bien las reflexiones muy seguramente se agotarán como el sueño de los personajes de una nueva vida. El solo planteamiento de estas preguntas hacen que valga mucho la pena verla. Su magistral dirección, muy buen guión y capacidad actoral, sumadas al hecho de que te haga replantearte si la estabilidad y la seguridad son felicidad, o es felicidad la libertad y el cambio, hacen de Revolutionary Road algo que no debería olvidarse en mucho tiempo.

Uno de los primeros encantos que encontré en el film “Un novio para mi mujer” es su lenguaje costumbrista. Un relato sobre una típica pareja argentina que si bien se encuentra llena de los usos sociales porteños, puede a la vez, mudar el dilema conyugal a cualquier otro escenario. Esta es una de las películas que se exceptúan del empleo peyorativo de la acepción cine comercial, y que si bien cumple con los requisitos de esta fórmula, se separa de lo acostumbrado en la dirección e interpretaciones. La Tana, el personaje de Valeria Bertuccelli que resulta insoportable en un principio va poco a poco enamorándonos por la sinceridad y también por su “mala leche”. Por lo menos a mi me divierten y se me antojan más sinceros los comentarios ácidos que las risas afectadas.

Otro análisis puede discurrir a partir de cómo la cobardía y la falta de comunicación pueden deteriorar una vida en pareja, y sobre como la sinceridad en la mayoría de los casos resulta más barata que los abogados y la terapia. Pero no me extenderé más en el tema porque ya sé que esto suena más fácil de lo que se lleva a la práctica. Para terminar una frase cierra esta crítica, uno de esos refranes certeros, una lección para El Tenso: “Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Acabo de ver Jeux d'enfants y primero rescató su originalidad, la historia se sale de los parámetros y si bien el desenlace es cuando menos algo sorprendente, agrada saber que el cine está precisamente no sólo para retratar realidades, sino también para contar cuentos… relatos cuya verosimilitud puede ser discutible. Una película puede hacer un retrato de la verdad lo más cercano posible, o jugar con las variantes de la ficción para simplemente contar historias. Hay cine cuyo argumento se hace creíble en vista de nuestra identificación con él, con nuestro contexto y que nos resultará posible. Hay otro cine en el que el sacrificio de lo cierto nos lleva a historias fantásticas. En cualquiera de los dos casos un film puede ser digerible o intoxicarte. Jeux d'enfants es perturbadora y a lo que menos se parece es a un cuento de hadas, su imagen y música pueden distraer, pero la historia es áspera.

Resultan en algún momento chocantes ciertos comportamientos que se alejan de lo convencional, en los personajes en su edad adulta porque la mayoría no haríamos algo parecido. Para mí un retrato de lo delgada que es la línea existente entre el amor y la perversión. Para algunos será amor y encontrarán lo romántico hasta en el colofón. Para otros un simple juego pervertido de dos inmaduros. Es claro que este juego de niños se convierte en algo peligroso, que hace daño, que hasta puede llamarse violento, pero que los hace sentir vivos. Pero estos valientes personajes, estos jugadores del si te atreves, que podían hacer cuanta travesura se les ocurriera, no son capaces de pronunciar dos palabras. Importante reflexión me queda sobre la valentía de los que sin temblar pueden pronunciar estas palabras. No todo en la vida se sobreentiende si no se dice, hay cosas que acompañadas del hacer, deben decirse y decirse a tiempo.

Llegue a esta película motivado por el antecedente de Wong Kar-Wai y por mirar el desempeño de Norah Jones en el celuloide. Un reparto atractivo, en el que para mí reluce Norah por la sencillez de su interpretación. Después de verla es casi inevitable enamorarse de ella. Con una gran música e interpretaciones acertadas, esta road movie plantea el descubrimiento de una mujer y su hallazgo del amor. Varias historias se entrecruzan en medio del viaje. Historias donde el desamor es retratado con un estilo más hollywoodense pero sin perder la esencia del cine de este maestro oriental. Menos compleja que sus predecesoras tal vez, pero esta sencillez y esta aproximación a nuestros contextos occidentales hacen de esta película una preciosa fusión variopinta del preciosismo visual de Kar-Wai, de su delicado ritmo y del cercano imaginario personal del cine norteamericano. Sobresaliente en el detalle, lejos de ser un defecto, con esta nueva simplicidad este cineasta nos seduce con un conmovedor y romántico filme. La música, y varios planos se quedan grabados en la memoria.

Precedido por una gran curiosidad por la enorme cantidad de elogios que obtuvo de la crítica la cinta Black Swan del director Darren Aronofsky, y con el poderoso atractivo de ver en la pantalla a la bellísima y talentosa Natalie Portman junto a este director de obras inolvidables comenzó mi experiencia con este filme. Pronto los acordes introductorios del “Lago de Los Cisnes”, el bello rostro de Nina (Portman) lleno de inocencia y su expresión grácil inundan los primeros minutos con una sutil belleza. No obstante, la narrativa está lejos de centrarse sólo en la preciosidad del ballet, en la historia de la capaz bailarina y en el cisne blanco, para internarse en sombrías tensiones.

Ciertamente se trata de una película difícil de olvidar por varias razones, una banda sonora con referencias a la música original de Tchaikovsky que se separa de ella para cumplir frente a la atmosfera de la danza y a la vez enriquecer la inquietante metamorfosis que sufre Nina; un gran cuidado de la cinematografía y unos maravillosos planos del rostro de la actriz, además espléndidas actuaciones, y entre ellas, descollante la interpretación de Natalie Portman.

Tremenda valía posee la entrega que requirió hacer la mejor interpretación femenina del año. Cuan cansado emocionalmente debió ser llevar a Nina por el delirante viaje que tiñó sus pálidas plumas de un oscuro color. Portman embriaga con esta profunda actuación.

Poderoso el relato y la reflexión sobre lo tenebrosa que puede llegar a ser la obsesión por la perfección.

Julián Hernández