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España España · Barcelona
Críticas de Tithoes
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Críticas 180
Críticas ordenadas por utilidad
5
30 de abril de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la diversión que brindan las escenas protagonizadas por cierta extremidad, muy en sintonía con el videojuego Dead space y su macabro sentido del humor, negro como el humo que desprende la nave una vez accidentada en su ardua misión de extraer energía para subsanar la falta de la misma en el planeta; la esencia que desprende esta odisea espacial (original de la multiplataforma de pago Netflix, la cual comienza a asumir los derechos de propuestas medianamente destacables) poco o nada tiene que envidiar a otras de semejante índole (obviando, por supuesto, clásicos del género como Alien y similares), siendo la más ambiciosa (que no provocadora, pues esa sería sin duda la anterior) de las partes hasta ahora lanzadas al mercado; la serie de infortunios que acaban con la vida de algunos personajes (no se detallará el número exacto por no desvelar la trama pero es bastante elevado), atroces sucesos muy bien resueltos desde la perspectiva visual pese a primar el ordenador en su consumación.

Lo peor: la inaceptable reacción de determinado miembro de la tripulación cuando descubre que le ha sido amputada una parte de su cuerpo, tan contradictoria como varios impases de la película (quien pueda creerse la gravitatoria hazaña lograda posee el envidiable don cinéfilo de no cuestionarse lo imposible); la escasa (apenas el monstruoso desenlace y alguna que otra citación puntual) relación del título con sus antecesores, algo que resulta decepcionante respecto al primero (la acción subjetiva era absorbente) y satisfactorio en comparación con el segundo (la parsimonia argumental era tediosa); la paradójica explicación final convence tan poco como la temática de los universos confluyentes y las dimensiones paralelas, restando la sensación de haberse desaprovechado una magnífica oportunidad de incrementar notablemente el interés por una franquicia de calidad demasiado oscilante (incluso en las propias entregas de la saga) aun entreteniendo de un modo tremendamente directo y aún más solvente.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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8
30 de octubre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el envidiable debut cinéfilo de Aneesh Chaganty aprovechando una técnica en constante auge (principalmente de los falsos documentales pero también de otros géneros como el que ocupa), la del metraje encontrado (denominado “found footage” en inglés) en la que todo o una parte esencial del filme ficticio es presentado como si fuese material real descubierto, para, con suma precisión (sensibilizando al público sobre el peligro de las redes sociales en particular y de internet en general, firmando un montaje fascinante e hipnótico) y sorprendente narración (exclusivamente mediante las cámaras de dispositivos electrónicos, tales como ordenadores portátiles y aparatos móviles), hacer cómplice a todo el mundo sin excepción; el don de John Cho para encarnar a un personaje totalmente alejado de los que hasta ahora había interpretado (un servidor recuerda con especial cariño su aportación en la hilarante Dos colgaos muy fumaos), el de un padre de familia con preocupaciones y lamentos habituales que emprende una tortuosa investigación en aras de averiguar qué la ha ocurrido a su hija (los giros argumentales son contantes y no se esclarecen los hechos hasta el final, siendo el guión dinámico e imprevisible a la par que desbordante e intenso), no pudiendo atreverse nadie a partir de ahora a afirmar que los actores de ojos rasgados (concretamente de nacionalidad coreano-estadounidense en este caso) son fríos e inexpresivos; la cantidad de herramientas aludidas (Facebook, Instagram, Reddit, Tumbr, Twitter, Youcast, Youtube...) que, lejos de inventarse simplemente se sugieren a modo de huella digital (es decir, el conjunto de datos asociados a un mensaje o publicación que permiten asegurar que no fueron modificados) para solventar algunos de los percales emanados de la actualidad, en la que los progenitores solo conocen a sus descendientes en la medida que estos les permiten y las relaciones físicas son poco menos que anecdóticas, imperando repetidamente grandilocuentes apariencias en detrimento de deprimentes verdades.

Lo peor: la agilidad mental (y visual en caso de optar por la versión subtitulada sin entender un ápice del idioma original) requerida es alta, no apta para recién iniciados en esta clase de propuestas si no desean perderse multitud de detalles (como ciertos desahogos escriturales derivados del “escribiendo” y “en línea” producto de pensamientos no exteriorizados que complementan a las mil maravillas la perturbadora y estremecedora trama); la escasa protección (con contraseñas u otro tipo de autentificaciones) de los aparatos electrónicos usados (que no de las cuentas asociadas en cada aplicación instalada en ellos), algo ciertamente inasumible al estandarizarse y prácticamente obligarse a que así sea por el propio sistema operativo; la superficialidad con la que es tratado el cáncer linfático, una informalidad tan incierta como el motivo de los sucesos plasmados (qué bendito desasosiego sufrir e indagar junto al protagonista si todo obedece a un plan de asesinato, desaparición, encubrimiento, fuga o secuestro) que no agradará a quien, por desgracia, la haya padecido en primera o tercera persona.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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7
28 de marzo de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la hasta la fecha inédita dupla formada por Nicolas Cage y Selma Blair, quienes desprenden una excepcional química (salvo en el terreno conyugal, pues ni un beso se dedican), complementándose a las mil maravillas la energía (a intervalos limítrofe con la sobreactuación) del primero con la ternura (criticable desde una vertiente puramente sexista) de la segunda en esta vertiginosa propuesta plagada de humor negro en la que, por una vez, son los padres los que suponen un peligro para los hijos y no a la inversa; la temática (aunque no se englobe directamente en el subgénero de los no muertos recurre a muchos de los códigos y las expectativas del mismo) no es nada novedosa pero el enfoque sí, no tanto por el contenido como por la forma de plasmarlo, situándose la cámara en lugares aparentemente imposibles para ofrecer planos únicos del intenso relato sobre la esclavitud al que los progenitores son voluntaria e innatamente sometidos por su instinto natural de protección filial y cuán terrorífico sería si se revirtiera (las escenas infanticidas se grabarán en la retina, en especial la del recién nacido a ritmo de “It must have been love” de la cantante Roxette); el aire retrospectivo que destila la cinta, desde la presentación del reparto hasta los temas musicales, remontarán a cualquiera a una época pasada a la que los protagonistas desean volver para revivir los sueños que albergaban entonces y que, con el paso del tiempo, se han desvanecido en virtud de otros más tangibles (al respecto cabe destacar el monólogo en el sótano a propósito de la instalación de una mesa de billar en el que se divaga acerca de las expectativas de él) para provocar su ira (pese a que el origen vírico, según de deduce, se debe a una arma biológica transmitida por las ondas hertzianas de la televisión que repercute sobre uno de los impulsos humanos más básicos y primitivos para eliminar todo atisbo de fructificante e hipotético futuro generacional).

Lo peor: la superficialidad con la que se tratan las preocupaciones y adicciones propias de la adolescencia (drogas, parejas, tecnologías...), al igual que sucede con conceptos tan apropiados para la ocasión como “obsolencia programada” (la explicación se da mediante la confiscación de un aparato móvil en plena clase ante la pasividad de su dueña) y “ataque despiadado” (el fenómeno en cuestión, común en el reino animal, apenas se menciona una vez pese a su relevancia); el argumento, analizado fríamente, no precisa de tantos diálogos como los que se pronuncian, habiendo sido tal vez más inteligente e interesante ocupar minutos con incómodos silencios que con inútiles palabras; la mayoría de recuerdos de los personajes no facilita el seguimiento actual de los mismos, es más, no aportan nada relevante para entenderlos actitudinalmente, por lo que justificar la lúcida paranoia y la extrema violencia (llaves, bolsas, botellas, cinturones, martillos, perchas, palas y picos sirven para agredir sin concesiones en una ola de asesinatos que no parece tener fin) se antoja inverosímil.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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6
30 de diciembre de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: la escena del cobertizo justifica por sí sola el visionado de la película, tanto por su realista e impactante violencia como por su sorpresiva e irreverente consumación, mereciendo por ello constar como primer alegato positivo en la presente crítica, no tan ácida como la plasmada en la pantalla; la contagiosa naturalidad con la que la absoluta protagonista borda su cometido interpretativo logra que el espectador se implique en su supervivencia como si su propia vida dependiera de ella, y es que la macabra anarquía a la que se enfrenta (basada en una tradición que obliga a los nuevos miembros a participar en un juego elegido al azar por un misterioso objeto de recóndita procedencia) rezuma, para desesperación de ella, humor negro e intriga a partes iguales; el desenlace es, sin discusión alguna, uno de los más salvajes de la historia del séptimo arte, sirviendo además de evidencia sobre si las supersticiones albergan preludios y si el poderío de las creencias puede llegar a erradicar cualquier atisbo de cordura.

Lo peor: la huida de la recién casada es, en determinados momentos, fortuita e incomprensible, traduciéndose los giros argumentales en un enorme divertimento adulto y a la vez en una descomunal incoherencia fílmica en la que prima el costumbrismo en detrimento de la diplomacia; la repartición de armas es calculada e interesada, no gozando de las mismas probabilidades de éxito todos los integrantes de la familia de sangre azul ligeramente disfuncional en la que el sentimiento de pertenencia (y su consensuada aceptación) lo es todo; el derroche de diversión e ingenio de la trama no consigue que aquel más ejercitado detecte fácilmente casualidades cuanto menos sospechosas, tales como el estado del barrote de la verja y la desactivación del sistema de vigilancia, no restando ello enteros a múltiples ocurrencias que, de originales e hilarantes que resultan (la reproducción de la canción en vinilo que sirve de cuenta atrás para el comienzo de “el escondite” es sublime), entusiasman hasta al más reacio aunque trate de impedirlo.

Daniel Espinosa
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Tithoes
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7
6 de septiembre de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor: el fiel reflejo de incompetencia a nivel global ejemplificada en la planificación del equipo de rescate que se propone auxiliar al hombre que ha quedado atrapado a más de cien metros de profundidad bajo el tramo del ventilador número tres de un túnel derrumbado totalmente apenas un mes después de su fabricación a causa de su nula rigurosidad arquitectónica (por desgracia el incumplimiento de los estándares de seguridad es muy común), dependiendo el grupo de inservibles protocolos (solamente disponibles en su idioma original), ineficaz tecnología (valiéndose de drones exploradores que pierden la señal inalámbrica con suma facilidad) y erróneas estimaciones (la cifra que se da en un principio para llevar a cabo la misión es de una semana y ésta termina aumentando a medida que avanzan las jornadas hasta los treinta y cinco días), todo ello para evidenciar la falta de previsión a la hora de subsanar este tipo de incidentes; el melodrama catastrofista dirigido y escrito por Kim Seong-Hoon funciona maravillosamente al seguir inteligentemente la senda de Buried en una vertiente menos minimalista y más sensacionalista, empleando planos cortos y cerrados para provocar angustia en un espectador que sentirá irremediable empatía a partir de destellos de humor y escenificación de valores humanos, así como dos escenas de contundente calidad que se corresponden con sendos hundimientos sobre la carretera afectada; la entrevista telefónica que le realizan al optimista mártir, oportunista como cabría esperar por parte de los reporteros, obviando el insalvable contratiempo de la soledad como más dilapidaría que las propias rocas en aras de mantener la calma para evitar arritmias (el suspense se refuerza con sonidos cardíacos en los compases de mayor tensión).

Lo peor: la parsimoniosa tranquilidad y sospechosa vitalidad con la que el personaje encarnado por Ha Jung-Woo, actor que lleva a cabo una complicada y formidable labor, afronta su supervivencia en solitario (al menos durante gran parte de la historia) optimizando esfuerzos y racionalizando suministros, manteniendo su autoestima intacta aun cuando las esperanzas se declaran por sí mismas explícitamente falsas y se ve precipitado a plantearse la hidratación con orina propia y la alimentación con comida de perros, acumulando incomprensibles reacciones que se alejan de la desesperación y la frustración que asolarían y extenuarían a cualquiera; la cobertura del móvil del anteriormente citado protagonista no parece resentirse lo más mínimo pese a las extremas circunstancias en las que se encuentra, algo nada creíble al soler perderse en plena calle con asiduidad y, con mayor normalidad si cabe, desvanecerse por agotamiento de la batería, extendiéndose aquí mucho aunque el uso que se le da no es demasiado pero tampoco escaso; la convincente repulsión de la gran expectación generada por el suceso narrado entre ciudadanos de a pie y, en especial, como ya se ha mencionado en el último alegato del párrafo predecesor, la prensa que, sin escrúpulos, sigue semejante noticia de infinita relevancia mediática sin atender realmente al estado del sepultado, manipulando a su antojo los avances si repercuten sobre la economía gubernamental (el gesto de aprobación final del humilde vendedor de coches cuyo lema de vida gira en torno a ofrecer, entregar y descontar más que el la competencia resulta auténtica poesía visual).

Daniel Espinosa
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Tithoes
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