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Críticas de alegar373
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
2
25 de marzo de 2013
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ese humor fácil, que atrae la carcajada por bestia, por exagerado, por sinsentido. Ése fue el humor que encandiló al público de Ted, pero poco de él está presente en la nueva cinta de sus productores. Sin embargo, la sombra de Cómo acabar con tu jefe -donde también se lucía Jason Bateman, junto a Aniston- planea durante toda la película, con poco positivo que ofrecer. Ni tanta risa ni tanta historia vieja: más bien una excusa para comer palomitas.

Melissa McCarthy (Mike y Molly, La boda de mi mejor amiga) se lanza a coprotagonizar junto a un Jason Bateman (Arrested Development) que le hace bien los coros, aunque no la deja despegar ni hacer reír como ella sabe. McCarthy interpreta a una mujer con pocos amigos que se dedica a falsificar identidades -el título original de la cinta es Identity Thief o Ladrón de identidades, ¡lógico!- para usar las tarjetas de sus víctimas y darse a la buena vida. El personaje de Bateman caerá en sus manos y hará el viaje de su vida para conseguir que la ladrona admita sus crímenes y así poder restablecer su vida anterior.

Bateman ha invertido de su bolsillo en esta idea que produce junto a los esculpidos en oro que financiaron a Ted, mientras que el guión quedó en manos de ese ser que invirtió tantas horas en crear Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!, por lo que las expectativas no estaban demasiado altas. Con un gran elenco de actores conocidos por todos, como Amanda Peet (Falsas apariencias), Genesis Rodriguez (Qué esperar cuando estás esperando), Jon Favreau (Iron Man 3) y Eric Stonestreet (Modern Family) que se pasa al otro lado de su personaje Cameron y se convierte en un cowboy dominante y peleón.

Poco que ofrecer dentro de la intencionalidad, que es el puro entretenimiento. Puede ser un buen rato pero la carcajada no llega a estallar. Menú gigante de palomitas, por favor

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alegar373
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7
25 de marzo de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nacer. Crecer. Actuar como un niño pensando como un adulto. Ser adolescente sabiéndose diferente. Obligarse a ser adulto aún cuando la emancipación sentimental del ser amado es inevitablemente dolorosa. Vivir conectado a otro individuo cuando resulta imposible conectar con nadie más. Y desde el principio, dolor. Saverio Constanzo adapta la novela homónima de Paolo Giordano como su tercer largometraje, en el que repasa las fases de crecimiento del amor, la desesperanza y el odio más infantil.

Son dos los personajes sobre los que gira esta historia: una chica con una cicatriz física y traumática (Alba Rohrwacher) y un joven de mirada tímida con un secreto bien guardado (Luca Marinelli). Se conocen en el colegio pero su unión durará pese a la madurez y los malos tiempos en que deban distanciarse. Ambos se perciben especiales, con un halo de dolor en sus sonrisas casi inexistentes, con penumbra en sus gestos mortales. Ambos serán apoyo indispensable para el otro. Aunque también duela, eso será el amor.

Constanzo consigue explorar 20 años de la vida de estos dos protagonistas con el mismo contenido que en la novela pero de una manera diferente, novedosa, para que el que ya la conozca pueda revivirla y resentirla de todas las maneras posibles. Los traumas infantiles y las relaciones paterno-filiales se descubren ante unos actores infantiles realmente convincentes (Martina Albano y Tommaso Neri). A pesar de las tres épocas se cuentan de forma paralela en el filme, la de la edad adulta roba más protagonismo actoral, con unos transformados Rohrwacher y Marinelli que transmiten fielmente angustia, desidia y una contrastada felicidad mientras se percibe un uso del propio cuerpo como transmisor del mensaje, de las sensaciones, de la peregrinación psicológica de cada personaje.

Con una respetada fidelidad hacia la idea original de la novela que la inspira, la cinta alberga grandes escenas para aflojar la intensidad en otras tantas. La banda sonora, que por momentos provoca el despertar y otras veces retumba menos que las interpretaciones, está algo forzada aunque se agradece el compás enérgico de las melodías en contraste con la pasividad de los protagonistas. La soledad de los números primos representa los momentos en que la conciencia se estira, la culpa se encuentra y la dependencia se torna invencible; la vida.

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alegar373
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3
24 de abril de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado casi cuatro años desde aquella sensitiva Mapa de los sonidos de Tokio que levantó polvo por lo explícito y por lo caricaturesco de la cultura japonesa, a la que, según dijo Coixet, se sentía tan cercana. Ahora, Ayer no termina nunca promete polémica también, porque es una crítica voraz a la situación de una España caótica, llena de basura y sin nadie que la limpie porque ya nadie queda. Y es una epifanía, porque aunque los elementos futuristas brillan por su ausencia, todo ocurre en el año 2017.

Javier Cámara (La vida secreta de las palabras) y Candela Peña (Una pistola en cada mano) se reencuentran después de cinco años sin verse, después de romper como pareja, después de no saber nada el uno del otro en todo ese tiempo. Un hecho que les traumatizó para siempre fue lo que les separó y lo que ahora les vuelve a reunir. El reencuentro se produce entre bloques de hormigón del cementerio de Igualada (Barcelona), con frialdad, eco y desnudez. Y así es como se muestran ellos hasta que la lluvia empieza a calar los poros del cemento y gotean las angustias, los reproches, los amores, las verdades.

Coixet apuesta por una escenificación arriesgada en un contexto desolador de esta adaptación de la obra teatral Gif, de la autora Lot Vekermans. El mismo chocolate y el mismo agua que en la original, sólo que el trasfondo elegido por la catalana es una voraz y poco sutil bofetada a los recortes y situaciones de pobreza provocados por la hambrienta crisis económica. Esa actualidad dotaría a la obra de pasión, si no fuera porque mezclar economía con amor nunca fue una buena idea. Las relaciones sentimentales son la principal excusa para contar esta historia, que se escuda en continuas escenas monocromáticas -monotemáticas- de cada personaje pensando en voz alta, junto a una silla, contando su monólogo interior en un descampado con vestigios de alguna civilización perdida.

No cabe duda de la valentía de Coixet (nunca se ha dudado de ella) al convertir teatro en cine teatralizado, adjuntando esos flashes que sólo permite la gran pantalla. Sin embargo, lo que sería de admirar se transforma más bien en algo que mirar con lástima, porque queda despedazado en un híbrido, con lo mejor del teatro y las licencias del cine, que se pierde en el cemento. Sólo queda el bloque, frío, inerte. Porque unos langostinos nunca deben tener tanto protagonismo.
alegar373
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7
22 de abril de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como un cuento de niños: inocente, esperanzador y, principalmente, ilusionado. Así es el último largometraje del director japonés Hirokazu Kore-eda. Después de aquella sorprendente e inigualable Air Doll (2009), el oriental excava en lo más profundo del espectador para, con simpleza y sinceridad, extraer al alter ego más niño y lo sienta en la butaca del cine.

Unos padres que se separan, dos hermanos que se distancian y una ilusión que se convierte en deseo más allá del pensamiento: volver a juntar a la familia. Alrededor de esta cumbre escalan los dos protagonistas del film, a pasos cortos y pausados, mientras confían en que si piden su sueño cuando se cruzan dos trenes de alta velocidad, éste no podrá resistirse y se hará realidad.

Kore-eda guía al espectador por los caminos cotidianos que recorren los dos jóvenes mientras en su cabeza no hace más que repetirse el mismo ideal de unión. Más que el viaje físico que llevan a cabo los dos, el éxodo que queda resaltado es el que realiza la infancia hacia la madurez (en pequeña escala). He aquí un buen ejemplo de esa indispensable evolución de los protagonistas en el transcurso de un guión para que éste parta con buena base.

Tras la recomendable muñeca hinchable que rompió los esquemas de muchos cinéfilos, se echa en falta esa fotografía atractiva e imantada que acompañaba a la lentitud de la obra; esa compañera que aligeraba las horas de los personajes que esta vez se hacen, por momentos, demasiado largas.

Con dos actores principales que son hermanos en la vida real y que chapotean en chispa tanto cómica como interpretativa, Kiseki no logra ser un milagro en sí misma pero saca a la luz esa faceta de aquel soñador entusiasta que espera ver una buena película. Y este deseo sí se cumple.
alegar373
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4
25 de marzo de 2013
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La adaptación al cine de la última novela de Stéphénie Meyer, la creadora de la saga Crepúsculo, vuelve a girar sobre sí misma: será otra saga de tres películas, basados en otros tres libros -de los que aún no ha terminado de escribir ni el segundo- y tratará sobre un triángulo amoroso al igual que la anterior. A Meyer le van los tríos. O el número tres por lo menos.

Es una historia con características distópicas que se ven aplastadas por la relación de amor entre los protagonistas, que cobra demasiada importancia en un argumento no tan mal contextualizado. La narración comienza con la descripción de un mundo en el que quedan pocos humanos reales, Melanie es uno de ellos. Los cuerpos de los individuos son inoculados con almas/conciencias extraterrestres que pocas veces permiten la supervivencia del alma de la persona original. Sin embargo, Melanie logra sobrevivir y convive en su cuerpo con un nuevo alma, el de Wanderer. Juntas -inevitablemente- buscarán al novio y la familia humanos de Melanie. Y cuando los encuentren, tendrán interesantes debates a grito de voz en off sobre a quién besar o dónde ir.

El director del filme es Andrew Niccol: esa máquina de guionizar buenos argumentos como La Terminal y lograr películas con un gran trasfondo como Gattaca o El Señor de la Guerra. Sin embargo, In time fue algo así como la antecesora del tropezón de The Host. Ambas podrían ser mejores pero pecan de buscar el entretenimiento facilón e imposibilitar la reflexión que está ahí, aunque cueste verla.

Aunque no resuene al nuevo Crepúsculo ni en éxito ni en promoción, The Host dará de sí para una tarde de sábado adolescente sin mayores pretensiones que la de una historia de amor con obstáculos. Pero, vaya que sí, Niccol, ya podrías volver a inocular al espectador mejores guiones como antaño. Esos que sí tenían alma.
alegar373
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