Ya desde pequeño me daba mucha rabia ver como, en las cabalgatas de reyes, el personaje del rey Baltasar era interpretado (es un decir) por un blanco con la cara untada de betún.
Esa insólita aunque muy extendida operación de casting propia de la transición, en la que un negro todavía era visto aquí como un extraterrestre, convertía la cabalgata en un canto al descubrimiento temprano del hecho más triste de nuestras vidas: el saber que los reyes son los padres, y le daba de paso al desfile un barniz de caspa y cutrerío que lo hacía inequívocamente patrio.
Muchas veces imaginé cómo se sentiría un negro de verdad ante la visión de uno de estos baltasares, y gracias a Amenábar ahora ya lo se.
Soy gallego, y la visión de Javier Bardem con una calva postiza imitando el acento gallego me resultó, el maldito día que pagué por ver esta película, la experiencia cinematográfica más lamentable y prescindible de mi vida...y mira que he visto bodrios.
Si unimos a eso que Javier Bardem es un actorazo y que la sensación de ridículo podía ser aún mayor, y que esta película tenía intención de relatar un hecho real (y televisivamente muy reciente), el resultado es un melodrama innecesario, oportunista, sobreedulcorado, tramposo, ñoño y facilón donde los haya, y la constatación de que alguien nos ha engañado y pretende seguir engañándonos con la idea de que Amenábar es un buen director y/o un buen narrador.
Hoy mismo he intentado ver Ágora y no he sido capaz de llegar a medio metraje...no le doy más oportunidades, no las merece.

Algo que no me gusta nada de muchas películas es la sensación de percibir lo que pasa tras la pantalla como gente actuando, como lectores de un guión, el no conseguir entrar en la historia y no creermela.
Con el cine de Mario Iglesias tengo la garantía de que esto no va a suceder. Muchos de sus personajes están A ESTE LADO de la pantalla, no es que sean la interpretación de un personaje, es que SON ese personaje. No es una metáfora, la combinación de actores profesionales y de gente que interpreta algo similar a lo que es en la vida real resulta muy productiva. También es muy interesante el uso de la narración corta dentro de un hilo narrativo más largo, una fórmula ya utilizada en De Bares, pero creo que aquí llevada a mucho mejor fin.
Destacaría también de esta película la metanarración, el hecho de contar cómo alguien cuenta historias y hacerlo además con tanta naturalidad y aparentemente escaso artificio.
Y otra cosa con lo que me quedo, con la secuencia inicial, brillante y que anuncia lo que es una película muy sencilla y al mismo tiempo muy poco convencional.

Es difícil contar algo de esta película sin desvelar gran parte de su magia. Una magia que nace de una producción extremadamente minimalista. Todo se nos revela en una habitación que por no tener, no tiene ni muebles (se llevan los pocos que hay a mitad de metraje). La estructura narrativa es también sencilla: un hombre cuenta una historia a otras personas. En la fuerza de esa historia reside la fuerza de la película. El espectador es sabiamente introducido por obra y gracia de un excelente guión en ese grupo de espectadores atónitos, tan deseosos de tener fe en lo que oyen, como escépticos sobre lo que no quieren creer. Amarrados a cada palabra que dice cada protagonista.
Un excelente trabajo de actores, de dirección, y sobre todo, un gran guión, hacen que esta película muestre el milagro de contar historias, devuelva al espectador la fe en el cine... La saturación de efectos especiales, de edulcorantes visuales y sonoros (y poco más) a la que nos hemos acostumbrado y que copa la mayor parte del menú de las salas, engrandece aún más esta pequeña gran película. Todo, en lo que respecta a contar historias, como dice el protagonista, es mucho, muchísimo más simple.