Kinsey fue un tipo que publicó unos estudios sobre el comportamiento sexual de los norteamericanos (no extensibles al resto de la humanidad), a partir de entrevistas personales de dudosa fiabilidad. Alcanzó gran fama porque lo del sexo siempre llama la atención.
Sí, ¿y qué? ¿Basta esto para hacer una película? Sí, si hay emoción, drama, intriga, algo que atrape al espectador.
Aquí no hay nada de eso. El personaje de Kinsey o nos es indiferentes o incluso antipático. Parece que fue él quien divulgó que, en el sexo vale todo, salvo la violencia no consentida.
Lo único acertado de la película, hacia el final, es la confesión de que ese "obsexo" del sexo no se había preocupado mucho de indagar lo que es el amor. Para él la promiscuidad es algo normal, cuando hay millones de experiencias de que cuando amor y sexo se funden no se desea la promiscuidad, incluso repugna.
En fin, como película, sosota, algo aburrida, salvada por las interpretaciones, más de Laura Linney que de Liam Neeson.

Lo siento por mi querido Tornatore (Cine Paradiso, sobre todas), pero aquí le ha fallado el pulso.
La trama daría para un cuento (el descubrimiento del amor y del sexo por un adolescente), pero aquí se alarga con la excusa de la Italia desde 1940 hasta el final de la guerra. Lo que llena todo, y nunca mejor dicho, es Monica Bellucci, en el papel más fácil de su vida, porque no ha tenido que aprender diálogos (apenas habla) y sí lucir cuerpo.
También el debutante, Giusseppe Sulfaro, lo tiene fácil en lo de hablar porque se pasa la película montado en bicicleta, poniendo caritas o mirando por un agujero, a la Bellucci, claro.
Las escenas del bombardeo son muy pobres. La única bomba es un fogonazo al final de la plaza.
Incluso la música del gran Morricone aquí es algo anodina, salvo en dos piezas.
Lo que es notable es cómo Tornatore se suma a la caricatura del italiano medio, incluso exagerándolo, como en los papeles del padre del chico y del abogado. Es lo que aquí diríamos una "españolada", pero allí no dicen una "italianada"…
De todos modos, se deja ver (Bellucci).

Siempre he sido fan de Bresson, pero esta película no tiene la fuerza ni la gracia de otras muchas suyas: Les dames du Bois du Boulogne, Pickpockett, Diario de un cura rural... La trama es tan ingeniosa como el cuento de Tolstoi en el que se inspira, pero el guión carece de ritmo y, sobre todo, los protagonistas andan como autómatas, acartonados, no se sueltan nunca.
Quien tuvo retuvo y siempre vale la pena ver a Bresson, pero no hay que empezar por esta película, porque no se haría uno cargo de su grandeza.
El fina, sin concesiones, de pronto. Eso sí que es él.

Se explica que esta película tuviera tan poco éxito y, aquí, tan pocas críticas. No tiene ni pies ni cabeza, una historia desencajada, fuera de cualquier ápice de verosimilitud fantástica (no ya real, claro).
Un cielo negro lleno de cuervos, unos hombres aquí abajo que son caprichosos e insustanciales.
Unas relaciones de amor que parecen de quita y pon.
En fin, una mala idea para una novela y peor aún para un filme, porque en la novela todo queda mucho más disimulado.
En la película no hay nervio alguno, los personajes resultan indiferentes... Y lo de las Tablas de la Ley es de risa. Eso hay que dejarlo a Spielberg que lo hace mucho mejor, sin pretensiones intelectualoides, como aquí.

No sé cuándo pasará la moda del rollo asiático y más en concreto coreano. Parece que todo lo que tiene un toque coreano ya asombra.
Esta es un película sobre el primer amor. Y es verdad que no se olvida, pero para eso no hace falta inventarse la paparrucha de el in-yeon, o vidas anteriores por eso de la reencarnación.
Y ahí está todo. Lo demás es planos sugestivos de New York y unos diálogos repetitivos junto a la conocida frialdad gestual de los orientales.
¿Vas a ver a tu primer amor después de 20 años? Pues dale un achuchón, a ver qué pasa.
Romántica… Si se sabrá lo que es el romanticismo.
Película plagada de clichés orientales y algunos occidentales.