Poesía convertida en imágenes, y como poesía que es, inevitablemente no es del agrado de todo el mundo. Estoy convencida de que más de uno hemos reprimido las ganas de soltar una bofetada a todo aquel que gritaba comentarios en medio de la sala tales como "Nos han timado". No, no lo han hecho, simplemente nos han brindado la oportunidad de ver una película absolutamente personal, una de las pocas que te hace plantearte lo insignificantes que pueden llegar a ser nuestras desgracias en la magnificencia del universo, un universo en el que Terrence Malick te sumerge durante 15 minutos de una manera jamás vista en el cine; avasalladora sucesión de imágenes del cosmos desde sus principios más primitivos, algo que sólo puedo definir como bello.
He podido observar la belleza y la tragedia de la vida desde dos perspectivas, sin falta alguna de extensos diálogos, ya que el verdadero logro de esta película es su capacidad para transmitir toda clase de sentimientos enrevesados a través de algo tan simple o básico como la vida de una familia de los años 50, donde se hace un retrato, cuanto menos, fiel, de una infancia que todos asociaremos con algo puro y despreocupado, y que termina por desembocar en la conciencia de un niño en la que se encierran cuestiones sobre el sentido de la existencia, de la fe y de los principios del ser humano.
Desde el principio de "El árbol de la vida" lo más adecuado sería no aspirar a entenderla en su totalidad, simplemente a sumergirte en ella y ver lo que puede profundizar en cada uno sin necesidad de buscarle sentido a cada imagen que vemos.
En resumen, sólo Terrence Malick podría enlazar un ritmo pausado, imágenes cargadas de emotividad pero en principio "prescindibles" y la ausencia de diálogos , dando como resultado una película que me atrevería a considerar como una cuestión filosófica que nos hará pensar a todos.