Me alegro profundamente del éxito (comercial, crítico, artístico) de Midnight in Paris. Representa, para mi, el triunfo de un hombre, un artista, Woody Allen, comprometido con su estilo y con la temática general de su carrera, fiel a un espíritu en absoluto comercial pero humano hasta la médula, y capaz de producir, año tras año, historias centradas en grandes dilemas humanos (filosóficos, amorosos, ideológicos, morales).

Midnight in Paris, siendo claramente una fábula de la vertiente mágica de la carrera de Allen, es a la vez una de sus películas más románticas, luminosas, optimistas, una de esas películas que suponen un soplo de alegría, de cultura, de aire fresco, en un mundo dominado por el cinismo y las dudas morales.

Pero la inteligencia de Allen, evidente en todas y cada una de sus películas, se pone en servicio aquí de una historia que nos dice que debemos librarnos de las cargas absurdas con las que llenamos nuestras vidas (esos trabajos que no nos dicen nada), ser honestos con el amor, y no hacer perder el tiempo a personas con las que no podemos coincidir, y ser capaces también de soñar, pero viviendo en un presente capaz de anular el peso de la rutina, de la nostalgia, de esa manera tan humana de refugiarse en que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Midnight in Paris no es, evidentemente, una película realista. No sólo por una apuesta firme por la magia como hilo conductor de su historia, sino por la mirada particular que Allen practica con sus personajes. Pero lo que nos quiere decir Allen sobrevuela cualquier realismo para instalarse en los corazones de cualquier persona con inquietudes, con ganas de aprender, de amar, de ser feliz, de perseguir los sueños personales.

Por supuesto, París aparece fabuloso. Por supuesto, su guión supone el poder escuchar una perla detrás de otra. Por supuesto, Owen Wilson, como némesis de Allen, nunca ha estado más emotivo que aquí. Por supuesto, Rachel McAdams, Marion Cotillard, Michael Sheen, Kathy Bates, Carla Bruni, Alison Pill, Tom Hiddleston, Léa Seydoux, Adrien Brody, y cada actor de su reparto se convierte en luminarias de una historia poderosa, profunda y profundamente original, elegante y emotiva, capaz de convertirse en un canto a la vida, al amor, al arte, y al presente como manera de vivir feliz, de sentirse pleno y de amar verdaderamente.