Un pueblo en el que transcurre el día a día con la normalidad de su punto de vista y en el que cada personaje es elegido democráticamente, desde el alcalde, al cura, la puta o el tonto del pueblo.

Chus Lampreabe con hijo natural negro y de acento cubano, aunque del pueblo de toda la vida, del que tiene miedo su hermano borrachín y con frenillo.

Borracho cornudo consentidor que se teletransporta y se desdobla en dos para contentar a su mujer.

Guardia civil con hijo sonámbulo y que no se quita el uniforme para no perder su poder.

Campos de cultivo donde crecen hombres entre las hortalizas y donde aparece una calabaza que es adorada como un mismo dios.

Niños que le nacen a la mujer del médico tras un periodo de gestación de 10 minutos.

Taberna donde se oye como hilo musical árias de ópera cantadas en directo mientras la guardia civil se dedica a no dejar salir a los borrachines del pueblo hasta que hayan bebido lo suficiente.

Cura pintiparado, defensor del libre albedrío y del uno y el trino.

Profesor subversivo que da la lección con canciones de góspel y soul delante de alumnos vestidos con trajes regionales.

Estudiantes guiris y cansinos que se dedican a rematar las conversaciones de los lugareños.

Escritor argentino que sin darse cuenta en sus relatos plagia a Faulkner o Nabokov.

Prostituta invitada por el alcalde que habla con acento andaluz, porque tiene más gracia, aunque ella es del mismo Santander.

Enrique San Francisco que se ha quedado sin personaje y trata de cambiárselo a quien pasa por delante hasta que lo logra con el suicida de mala suerte; una suerte que cambia justo cuando le toca a él el personaje.

Todo esto bajo la mirada del forastero Antonio Resines que acaba de llegar con su padre en moto después de tomarse un año sabático como ingeniero en Oklahoma descubriendo que el desorden que hay en sus gentes se repite en el mismo sol que unas veces sale por un sitio y otros días por el contrario mientras que el cabo Sazatornil le persigue disparándole para devolverle al redil.