Mirada retrospectiva de Salvador Mallo, claro alter ego del director manchego; aunque este último también pudiera ser la sombra asimétrica del personaje protagonista, como apreciamos en el cartel.
Cuando se repasa lo acontecido, sobre todo cuando es mucho, tienden a mezclarse recuerdos (vividos o imaginados); realidades (ciertas o soñadas); verdaderas experiencias enmarcadas en un halo de luz, con el vigor de aquel día, por eso no dudamos; momentos que duraron muy poco y que mantendremos intactos hasta el último suspiro... En nuestro macuto existencial también encontraremos las culpas, los errores esenciales, las torpes decisiones, las oportunidades perdidas, la ímproba lucha contra el miedo, el terrible acecho de la soledad...
Contado de una u otra manera, con más o menos fortuna, tened por seguro que, aunque admito diferentes intensidades, a todos nos pasa lo mismo. Por tanto las memorias del semi-ficcionado director de cine, tienen, al margen de los avernos individuales, un amplio nivel de empatía.

En Dolor y Gloria, Almodóvar, buscándose a si mismo, viaja a la infancia para beber de aquel agua que sí quitaba la sed; y para guardar en las alforjas el cariño materno, los olores y sabores, los primeros deslumbrantes descubrimientos...; todo aquello que, bendecido por la inocencia, le subió más de una vez al lomo inquieto de la felicidad. Este bagaje incorrupto y luminoso será imprescindible para soportar tantas noches en el fondo de la nada.
La cautivadora sinceridad, casi exhibicionista, de nuestro entrañable Pedro, doblega cualquier resistencia y nos hace cómplices de su valiente propuesta.