Y llega el "aguafiestas" danés y pone nuevamente en solfa conceptos sagrados como: solidaridad, libertad, democracia, derechos, legislación...; y lo hace en nombre del debate, la reflexión y el contraste con la naturaleza humana. ¿Hemos mejorado la condición de los llamados seres inteligentes, llevando la civilización, incluso, a lugares en que no es bien recibida? Es una de las varias interrogantes que nos traslada Lars von Trier en esta segunda entrega de la trilogía, sobre U.S.A.; método de trabajo, este de los compartimentos, los capítulos y las secciones, al que nos tiene ya acostumbrados el polémico y a la par fascinante, creador nórdico.

La facilidad con la que nos hace interactuar con los protagonistas de la trama; que se desenvuelven, como en Dogville, en un esquemático plano horizontal, tiene algo de mágico; más, si cabe, cuando la propuesta parte de un individuo que gusta de mostrarse desagradable, sarcástico y hasta grosero en ocasiones; no solo en sus postulados cotidianos, también en la provocadora intencionalidad de su obra. Pero, ¿qué me decís de su capacidad para seducir, para ponernos frente al espejo de nuestras contradiciones, para componer un aria imbatible capaz de cantar las verdades al lucero del alba?

Manderlay, no es solo un lugar afincado en los Estados Unidos, cuna de la cultura capitalista o liberal (si hubiera alguna diferencia); esta plantación de Alabama está instalada también en nuestros cerebros, en nuestros sueños (más bien pesadillas) y sus agrias cosechas nos transfunden las pesadas digestiones del miedo a la autogestión, haciéndonos añorar el atractivo abismo y la cálida putridez de la esclavitud.