Que me aspen si Quentin Tarantino no hace a estas alturas ya lo que le viene en gana: es un fiera en lo suyo, lo sabe, las plateas lo apoyan. El tipo, al igual que gente como Woody Allen, tiene el honor de ser casi un género en sí mismo. Así que es fácil entender el éxito de su último film: al fin y al cabo, es una marca registrada -- todos sabemos que habrá explosiones de violencia, interesantes elecciones musicales, afinado trabajo actoral y diálogos inspirados.

Pero... ¡ay! Esta vez, la autoindulgencia auteur desequilibra la balanza en demasía. Si bien en "Django" sucedía esporádicamente que las ocurrencias de su creador ralentizaban la trama (me viene a la cabeza el momento a lo Seth MacFarlane de los tontainas miembros del KK, por ejemplo) en este caso, el largo se escorromoña sobremanera: entre dimes y diretes, entre coñas marineras y momentos curiosos, se pasan tres horas de manera renqueante, lo cual impide seguir de manera eficaz una trama que no es más que una suerte de "Diez negritos" westernizado con irónicas sanguinolentos estallidos carmesíes propios de un largo asiático.

QT carece de la modestia suficiente como para cargarse momentos o escenas que le gustan en pos de hacer avanzar la trama con eficacia. Supone que con la brillantez basta, así que eso de "kill your darlings" no es para él.

Pues bien. Que así sea. Pero a mí, como espectador, con estas cosas, me va alejando de su obra. Veremos que pasa en el futuro. Pero que tenga cuidado con la autocomplacencia...