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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
9
Drama. Romance Adaptación de una obra de teatro (kabuki) del siglo XVII de Chikamatsu Monzaemon. Osan vive en Kioto y está casada con Ishun, un rico y tacaño funcionario. Cuando Osan es acusada falsamente de tener una relación con Mohei, ambos huyen rápidamente de la ciudad. Ishun, por su parte, ordena a sus hombres que los encuentren y los separen para evitar el escándalo. (FILMAFFINITY)
11 de abril de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más, el maestro nipón vuelve a adaptar un popular kabuki patrio haciendo un recital soberbio, con la teatralidad tan pura que lo caracteriza, sobre las apariencias, la escala social y el honor, tres aspectos fundamentales en la sociedad japonesa del siglo XVII, haciendo una crítica tanto social como política sobre la figura paternalista en el peor sentido de la palabra de los hombres frente a las mujeres, mostrando una desigualdad excesivamente injusta, aunque no exenta del poder que ellas pueden ejercer sobre ellos a través de la vergüenza, mensaje tratado también en otra de sus grandes obras, dos años posterior a esta: La calle de la vergüenza (1956). La película nos pone en la situación de dos empleados de un gran empresario que se dedica al negocio de empapelar: Mohei, interpretado por un excelente Kazuo Hasegawa, es uno de los mejores empleados del Señor, poniendo este toda su confianza en él y debido a su espíritu benevolenta y caritativo, tratando de ayudar a una de sus compañeras, Otama (Yōko Minamida) y a la maltratada esposa de su patrón, Osan (Kyōko Kagawa), engaña a su benefactor en pos del beneficio ajeno, acto que es ultrajado por un chivatazo y con lo que se ve obligado a huir con Osan, confundida con su amante, de la ciudad y de sus vidas comenzando un periplo romántico con la misma. Los temas tratados son muy propios del estilo de Kenji Mizoguchi, así como el dominio de la luz en toda la película, contrastando magistralmente con las sombras tanto escenográficas como las que arrastran sus personajes, la banda sonora marcando el tempo en tono perfecto con la imagen, auxiliando las pausas narrativas sin que decaiga la tensión y, a pesar de el empleo de tantos objetos móviles como inmóviles en plano, ninguno está malgastado ya que cada uno tiene una labor fundamental para la representación metafórica de las situaciones de todos y cada uno de sus personajes, generalmente, usados para reproducir abundancia y riqueza en unos, y desamparo y pobredumbre en otros, así como mostrar en qué momento cada cual lleva la voz cantante y presencia en escenas o secuencias predeterminadas. A pesar de que en el planteamiento de la película se muestra la forma en la que sucederá el desenlace, Mizoguchi utiliza ese recurso muy sabiamente sabiendo supeditándolo de una manera muy elegante manteniendo un ritmo lento pero enérgico, utilizado una simbología clásica del estilo kabuki, representándolo a modo de visión adivinatoria a pesar de que sucede y se involucra a todos sus extras y personajes en ella, convirtiéndola incluso en una realidad lejana. La absoluta maestría que muestra el director captando en plano tal cantidad de extras, con el uso de grandes angulares cenitales, y otorgando aún así la importancia a sus actores que hasta involucrándose con tantísima movilidad, a priori alocada, resaltan entre ellos sin la necesidad de hacer enfoques específicos sobre ellos. Todo el elenco está de lujo, pero la química que desprenden Hasegawa y Kagawa es una brutalidad, adaptándose el uno al otro y fundiéndose a pesar de las limitaciones para ello que les ofrece el guión. 'No importa lo que nos pase, nunca quiero dejar de estar a tu lado.' (8.5).
Tiggy
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