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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Drama La fama del saxofonista de jazz Charlie ’Bird’ Parker crece rápidamente a partir de su llegada a Nueva York en 1940. Pero Parker comienza a abusar del alcohol y las drogas, y su vida se convierte en un infierno. (FILMAFFINITY)
31 de agosto de 2020
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Bird es una película que, dentro de la extensa filmografía del maestro Eastwood, puede ser fácilmente colocada entre sus más personales por los temas que trata y el mantenimiento del estilo cinematográfico de sus inicios, algo más pulido, pero igualmente evocador del de su maestro Don Siegel. Para ponerse en perspectiva, hay que citar una de las grandes pasiones del director aparte del cine: la música y más específicamente, el jazz, su gran primer amor. Ello lo llevó a realizar este mastodóntico tributo comenzando desde los inicios del género, desde grandes artistas que, a día de hoy y pese a su gran impacto, están olvidados, como es el caso del espléndido saxofonista Charlie Parker, interpretado por un Forest Whitaker en uno de los papeles de su carrera. El argumento biográfico narra las andanzas del saxofonista de Kansas por el mundo de la música mientras debe atender las responsabilidades con su familia, con su oficio y consigo mismo, lidiando a su paso con demoníacas adicciones como el alcoholismo o la drogadicción.

Como todos sabemos, el de California dio sus primeros pasos en la dirección mano a mano con el wéstern, del que se convirtió en icono universal gracias a las obras maestras de Sergio Leone, adoptando un estilo directo y seco alejándose del spaghetti wéstern para acercarse al wéstern crepuscular. Ese estilo lo acompañaría en toda su carrera donde, en Bird, consigue adaptarlo a un drama biográfico refinándolo para que luzca adecuado a los hechos que trata, y a la estética de los Estados Unidos de los años cuarenta y cincuenta.

Con una narración cíclica que comienza con un flashforward premonitorio y que eleva con un preludio de la juventud de Parker, Eastwood se vale de una gran escena retrospectiva que ocupa casi todo el metraje y que, siguiendo la estructura narrativa clásica dentro de ella, consigue exhibir la vida del artista de la que se aprecia el malavenido hilo del destino donde solo ellos pueden romperlo, ligado a los males del mundo del espectáculo y la fama. El californiano rompe con esquemas clásicos de personajes en un drama relacionado con las adicciones del protagonista; a pesar de que Parker sea el protagonista, el peso y la personalidad que añade Chan Parker (Diane Venora) para motorizar con potencia la película es inexorable para mantener la tensión ofrecida por el protagonista y que traslada de un sitio a otro dentro del argumento. La señora Parker apoya en todo momento a Charlie; lo acepta, lo ama, lo consuela, lo entiende, lo necesita, obviando sus malos hábitos y ayudándolo desde el más sincero de los quereres, no dejándolo nunca solo, algo bastante inusual en películas que abarquen estos géneros como la obra maestra de James Mangold En la cuerda floja (2005). Gracias a ese tipo de narración, Eastwood refuerza el mensaje ‘antidrogas’, punteándolo con diálogos duros como el del médico con el joven Parker, preguntándole si llegará a los 40.

El director se apoya mucho de sus fieles como el inmortal Lennie Niehaus, que por razones obvias es insustituible para una película sobre jazz; el discípulo de Eastwood Tom Stern comandando una iluminación excelente para la representación del ocio nocturno de bares y garitos americanos y, por último, Joel Cox que acierta con un montaje que permite respirar a sus personajes y a nosotros, haciendo lapsos fluidos entre la intensidad melodramática. Gracias a ello, el de California da rienda suelta a algunas de sus técnicas de grabación recurrentes para la representación de la atmósfera, como el inolvidable paso lento del protagonista desolado, en este caso, Parker, a través de calles con gran contraste de azules y oscuros mientras se coloca un plano lejano, ligeramente contrapicado, bajo y estático, mientras su personaje se alinea con el punto de fuga para acercase y jugar con la profundidad de campo extendiendo una situación metafórica en la que un adicto se aproxima cada vez más a la oscuridad, a la tristeza, debido al largo camino que toma plagado de desvíos. Una de las tantas genialidades de las que se vale Clint Eastwood para explorar la condición de su personaje y referente.

El envejecimiento drástico que experimenta el hombre tras una vida de desenfreno y malos hábitos se escenifica físicamente a través de Forest Whitaker, mostrando los males que acarrea en cuanto a salud de una forma directa y visual, y que tantos músicos como Howlin’ Wolf o John Lee Hooker. La película está confeccionada para Whitaker, el cual ofrece una cantidad de registros espectacular que se resumen perfectamente en la impecable secuencia de los telegramas. Que el actor que dé vida a Charlie Parker de joven sea el propio hermano de Whitaker, Damon Whitaker, es un detalle que muestra el buen hacer del director. No es de sus mejores películas, ni si quiera se le acercan, pero es una obra ineludible para comprender a un legendario director y que la música no caiga en el olvido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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