Subirse de forma imprevista a este filme debe hacerse con la sensación de dejarse observar por esos planos en los que el temor a lo inconcebible está presente en cada escena. Shyamalan juega con los trastornos de la personalidad de forma irónica, enfocando su discurso hacia lo fantasioso, hacia esa temática de personajes característicos y esperpénticos que se desarrollan en las páginas del cómic: un villano a la altura de la imaginativa idea de esta trilogía de cine de superhéroes de autor.

Su guion es genuinamente extraño, la construcción de personajes se supedita a todo ese thriller psicológico tan raro y perspicaz. Lo que le falla es su retrospectiva en el tiempo, principalmente porque su carga semántica no es un elemento imprescindible para el trasfondo de la trama. James MacAvoy es inmenso, su capacidad para demostrar la gran "personalidad" que posee su personaje es de lo más destacable de toda la cinta. Cada plano que recibe es una exaltación de su dinamismo frente a la cámara.

El terror no está en las formas, sino en la esencia: nada intimida más que un villano que habla de su arquetipo desde la realidad clínica y la imaginación fantástica. Tiene el filme, además, un efectismo que nutre al relato de un dramatismo muy vivo, sus sobrecargados encuadres y su ambientación claustrofóbica logran que la monstruosidad y el horror que retratan la intencionalidad de Shyamalan sea empoderante e intimidatoria.

Más allá de Gollum, el plano y contraplano de Kevin Wendell Crumb abre la veda de un universo más grande, pero sobre todo más artificioso y espectacular. "Split" es el spin-off perfecto para desarollar toda una síntesis elemental de cómo hacer que un villano cobre trascendencia con la misma libertad creativa y lógica que la que recibe normalmente este tipo de personajes.