Discreta película uruguaya de zombis, modalidad infectados. El brote se produce mientras Iris, nuestra protagonista, está realizando la ronda de vigilancia en una especie de complejo deportivo roñoso y descuidado. Se trata de infectados de los que corren pero que no muerden sino que, presos de una furia homicida, la emprenden a golpes contra todo infeliz que se encuentran.

No hay nada de novedoso en lo que no ofrece Virus-32. Lo único, que esa es la cantidad de tiempo, medida en segundos, en que los infectados se quedan en stand-by antes de su siguiente arrebato de rabia asesina. Pero no está bien tratado, ya que el modo en que nuestra heroína lo descubre es absolutamente inverosímil y está metido con un calzador del tamaño de Groenlandia. No se da mayor explicación y como recurso es pobre como para justificar ni más ni menos que el título de la película. Y tampoco haría falta si la acción fuera más trepidante y algunos personajes y escenas no estuvieran tan fuera de lugar. Por tanto, la única novedad aportada queda desactivada como un simple artificio caprichoso, solo para justificar, hacia el final, una escena supuestamente angustiosa.

Por ejemplo, ¿de dónde salió la pareja de la prota en la escena de la piscina? De pronto aparece ahí sin saber el motivo. Otro, el personaje de Luis, que parece el chiflado arquetípico de película de zombis, una especie de remedo del Gobernador de The Walking Dead. Y como no estamos ante nada que quiera descubrir la rueda, tenemos el cliché de la subtrama lacrimógena familiar. Tampoco tiene mucho sentido lo del zombi calvo, insertado como una especie de antagonista necesario de Iris que no hace ni maldita falta. La actriz principal cumple bastante bien, no así la hija, que no es ni mucho menos un portento de actuación infantil. Como conjunto se nos queda un producto que aprueba, porque no aburre, ni cae en las estupideces de otras producciones de más presupuesto, pero que no aprovecha todas sus virtudes y cae en demasiados defectos.