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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
6
Terror Berlín, antes de la caída del muro. Cuando Marc regresa de un viaje encuentra a su esposa Anna cambiada, muy nerviosa y perturbada. Por fin, le confiesa que tiene una aventura y lo abandona. Marc cae en una terrible depresión que lo lleva casi al borde de la locura. Poco después Marc se entera de que su mujer también ha abandonado a su amante, y la verdad sobre la aventura secreta de Anna se revelará monstruosa.
11 de junio de 2018
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una ocasión un amigo me invitó a tomar ácido juntos, con lienzos, pinceles y pintura a mano, a fin de canalizar el mero “flipe” compartido hacia un plano más elevado. Por suerte —para las artes plásticas— me negué, o le di largas, o me hice el sueco.
Ahora imaginemos que David Cronenberg le propone algo parecido a Krzysztof Kiéslowski, éste acepta y al plan se apuntan también David Lynch y John Carpenter. Tamaña conjunción de talento, sumergidos hasta las trancas en una barra libre de psicotrópicos, podría haber dado como resultado la bizarrada que tenemos entre manos, que, sin embargo, firma el menos conocido Andrzej Zulawski.
“Possession” es una película que se te mete en el cerebro hasta honduras reptilianas, te agarra por el cerebelo y viola tu conciencia con la porfía incansable de esa especie de percebe de metro ochenta que Isabelle Adjani no se quita de encima ni con agua caliente —el bicho no tendrá dos dedos de frente, pero buen gusto no le falta—.
Lo que empieza como un melodrama familiar con matrimonio roto y niño inoportuno no tarda en adquirir unos tintes surrealistas que acaban desbordando los por otra parte movedizos límites de lo onírico —en su caso pesadillesco— hasta desembocar en un desfase loquísimo, ladrones de cuerpos y apocalipsis nuclear incluidos, que hubiera hecho las delicias de un Ed Wood.
Todo en “Possession” parece producto de una fiebre alta, una cena copiosa o una letra de “El columpio asesino”. Ni uno sólo de sus planos escapa a la demencia, con insólita proliferación de zooms, picados y contrapicados, travellings y primerísimos planos para los que no existe justificación lógica o narrativa, ni maldita la falta que debió Zulawski entender que le hacía.
Tan desquiciadas, si no más, resultan las interpretaciones de Sam Neill e Isabelle Adjani. Ambos ofrecen una sinfonía de aullidos, miradas perdidas, golpes, autolesiones y menaje arrojadizo que alcanza un espasmódico culmen con la famosa escena de los pasillos del metro, en la que Adjani nos regala un “pogo” legendario. Con extra de moco. Ñam.
Carorpar
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