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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama Don Jaime (Fernando Rey), un viejo hidalgo español, vive retirado y solitario en su hacienda desde la muerte de su esposa, ocurrida el mismo día de la boda. Un día recibe la visita de su sobrina Viridiana (Silvia Pinal), novicia en un convento, que tiene un gran parecido con su mujer. Basada libremente en la novela "Halma", de Benito Pérez Galdós. (FILMAFFINITY)
12 de abril de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Viridiana" supuso el regreso de Buñuel a España. Como cualquier hijo pródigo, es muy posible que presidiese su ánimo el anhelo de callar algunas bocas y satisfacer demasiadas sensibilidades. De ello se resiente una cinta francamente ambiciosa que adolece, no obstante- o quizá por ello-, de cierta irregularidad.
En efecto, "Viridiana" alterna deslumbrantes momentos de genialidad y pasajes en los que la tensión fílmica decae de manera preocupante, llegando incluso a rozar el tedio más insoportable. Carlos Saura, investido de autoridad crítica en materia "buñueliana" desde tiempos inmemoriales, hace hincapié en los sesenta años que el genio de Calanda contaba a la sazón, como justificando- o excusando- los posibles "pecadillos" en que pudiera incurrir la que se quería- y se porfía en querer- obra maestra de nuestro cineasta más reputado. En mi opinión, es precisamente ahí donde radica el mayor error de "Viridiana", en su indisimulado deseo de sentar cátedra. Ni mucho menos puede culparse a una edad, la sesentena, que, por muy corrida que esté- sin duda, el caso de Buñuel-, anda más cercana de la madurez artística que de la demencia senil.
Sí estoy de acuerdo con Saura, por otra parte, en su apreciación respecto a la clara división de la película en dos mitades. La primera se centra en la obsesión enfermiza por su sobrina que embarga al decadente aristócrata encarnado por un excelente Fernando Rey. La naturaleza eminentemente surrealista de esta primera parte se pone de manifiesto en infinidad de referencias oníricas, religiosas y, sobretodo, fetichistas. Para la segunda mitad- de menor calidad, creo-, el tótem masculino es sustituido. Encontramos aquí a un Francisco Rabal en plena forma, seductor y dicharachero, que no logra, sin embargo, hacer remontar el vuelo de una trama lastrada en exceso por un artificioso intento- vano, a todas luces- de dotar a la historia con una denuncia social en la línea de "Las Hurdes, tierra sin pan" o "Los olvidados" que ni funciona ni viene a cuento. Sólo la escena final, esa inolvidable Última Cena celebrada por unos mendigos muy alejados del ideal católico del "pobre", reencauza la peligrosa deriva moralizante en que había caído la historia, empalmándola con la frescura surrealista de su primera mitad.
En cuanto a la mojigata Silvia Pinal, resulta igualmente enojosa a lo largo de todo el metraje. Pese a su adorable rostro, la melena oxigenada y los denodados esfuerzos por refrenar su acento mexicano.
Carorpar
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