Russell Crowe seguía rebosante de virtuosidad (tras encarnar al carismático gladiador), cuando se le ofreció el papel de uno de los dos personajes principales de las novelas de Patrick O'Brian, y con el objetivo de llevarlo a la gran pantalla. Como resultado mostró al mundo que seguía éste en estado de gracia.

Peter Weir, que ya era conocido por obras como "El Show de Truman" o "El club de los Poetas Muertos", fue el encargado de llevar la batuta para esta ocasión. Labor que hizo sin defraudar.

Se ha dicho ya, y cosa que comparto plenamente, que las relaciones entre los profundos personajes que se muestran en el filme se llevan la palma. Y esto puede verse por ejemplo en el caso de la antítesis de los dos contrapuestos protagonistas.

Insisto, así es. Pero agradezcámoslo al escritor.

Son varios los elementos que hicieron de esta obra, un buen partido para una tarde de cuarentena. Es decir, para embarcarse en la odisea abordo del "Surpise" y a la caza del "Acheron". La epopeya marítima... con esa dureza que se emana de la misma nada más iniciarse con esa precoz amputación por un lado, o, por otro lado, esas crudas consecuencias, y nada maquilladas, de las "curradísimas" batallas navales, son aspectos a tener en consideración para un futuro espectador que ahora ande indeciso.

Que solo se llevase esos dos Oscars en el certamen del 2004, tiene que ver con que se cruzase con peliculones como "Mistic River" o, mucho más "en su salsa", con "El retorno del Rey" de Peter Jackson.


Lo Mejor: el papel de "Maturin" como médico naturalista y pre Darwin.

Lo Peor: esa estúpida mala imagen que tenía de la obra, al menos desde hace ya quince añazos.


Todo ese tiempo he tardado en verla... Válgame Dios.


Gracias por leer.