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Voto de Revista Contraste:
6
Cine negro. Intriga. Drama Un buscavidas manipulador (Bradley Cooper) se alía con una psiquiatra tan embaucadora como él (Cate Blanchett) para timar a los ricos de la sociedad neoyorquina de los años 40. Nueva adaptación de la novela de William Lindsay Gresham, llevado al cine con anterioridad por Edmund Goulding en 1947.
24 de enero de 2022
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La novela de William Lindsay Gresham tuvo una adaptación en 1947 con Tyrone Power a la cabeza. Unas cuantas décadas después, un habitual del cine oscuro y de criaturas extrañas, Guillermo del Toro, retorna a la gran pantalla tras La forma del agua.

Del Toro mantiene a gran parte de su equipo, sobre todo el de fotografía y todo el apartado visual, para edificar un cuento moral con bastante inmoralidad, abigarrado, oscuro y construido a partir de la deformidad y lo exagerado.

La película traza una trayectoria de ascenso desde lo más bajo, con todos los perfiles de personajes bien marcados. En este sentido, Guillermo del Toro y Kim Morgan cultivan más la complejidad del protagonista. Stanton Carlisle tiene ese punto de ambivalente que encaja bien en una trama que siembra dudas y puntos de misterio. Es ambicioso, pero titubea en las tentaciones que se le presentan a lo largo de su camino. Juega a dos bandas porque apuesta por valores como Molly, mientras sucumbe al dominio, también sexual, de dos mujeres que ejercen el poder a su manera.

Con estas premisas y con esta traducción, El callejón de las almas perdidas aborda la lucha entre pasiones, los abismos a los que nos conducen y con esa raíz, casi obsesiva del cine americano, en la figura problemática del padre.

Desde el inicio, el guion está labrado perfectamente con detalles y objetos elocuentes. Parece que no esconde nada gracias su tono entre gótico y barroco y tamizado de cine negro. El argumento y la ambientación de feria y sus trucos se trasladan al drama, que se convierte en un conjunto de distracciones con las que engañar y fascinar, para entretener, al espectador.

De hecho, la filosofía y la pirotecnia de las artimañas –con su escenografía haya o no escenario– se traslada a la filosofía del guion, donde el público tendrá que aceptar algunas inverosimilitudes que ve venir de lejos. No es un problema del diseño de producción (que es minucioso y espléndido) ni del trabajo sobre el género fantástico (en la vacilación sobre lo explicable o no). Es un tema del desequilibrio que se produce al querer conjugar muchas variables, todas ellas muy recargadas.

Todos estos aspectos más estridentes, así como los feístas, convierten esta pieza de Guillermo del Toro en una atracción de feria elaborada, con sus excesos y sus contenciones, sus elegancias y astracanadas.

www.contraste.info
Revista Contraste
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