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España España · Barcelona
Voto de reporter:
8
Drama El Padre James Lavelle (Brendan Gleeson) se esfuerza por conseguir un mundo mejor. Le preocupa ver la cantidad de litigios que enfrentan a sus feligreses y a la gente de su parroquia, y le entristece que sean tan rencorosos. Un día, mientras está confesando, recibe una amenaza de muerte de un feligrés anónimo. (FILMAFFINITY)
8 de marzo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquello de que las primeras impresiones son fundamentales para empezar a construir una relación, parece ser mucho más que un simple artículo en el código de protocolo para el cineasta John Michael McDonagh. De hecho, es como si fuera algo que estuviera más allá de la categoría de mantra. Al ver su de momento corta pero interesantísima filmografía, da la sensación de que cada una de estas palabras está gravada (a fuego) en su frente, no por el mero gesto de mostrar, sino por un convencimiento tan puro que solamente con esto (como si fuera poco) se podría asustar, y de qué manera, a cualquier mente mínimamente racional. Se ha trascendido tanto la teleología como, ya puestos, la teología, y el espíritu de cada letra puede filmarse, en toda su -pasmosa- literalidad. Hasta la fecha, tres títulos enteramente propios (es decir, en los que tanto el guión como la dirección corren a cargo del mencionado): 'The Second Death', 'The Guard' y 'Calvary'.

Y como se ha dicho, en esas primeras impresiones está buena parte de la respuesta. En aquel cortometraje originario del año 2000, Liam Cunningham, Michelle Fairley y Aiden Gillen (entre otros que más tarde no se reencontrarían en 'Juego de tronos') coincidían en un pub típicamente británico o, para no herir sensibilidades y, por ser más concretos y justos, irlandés. Una noche, una carretera y como telón de fondo ese lugar semi-mitológico al cual nos podríamos referir por uno de los muchos nombres que ha recibido a lo largo de los siglos. ''Isla Esmeralda'', es decir, esa Irlanda tan verdosa como remota. A partir de ahí, once minutos que se repetirían posteriormente en los dos largometrajes que Mr. McDonagh ha logrado realizar hasta ahora. No sólo en la ejecución prácticamente calcada de determinadas escenas o en la presentación de unos personajes con los que más adelante tendríamos la oportunidad de irnos familiarizando de forma más satisfactoria, sino en la temprana plasmación de un cine que cree firmemente en que una serie de imágenes bien montadas valen más que un millón de palabras.

Y con todo esto en mente, empieza, de manera -ilustrativamente- contundente la película que ahora nos ocupa. ''No os desesperéis, uno de los ladrones fue salvado; No presumáis, uno de los ladrones fue condenado'', dijo San Agustín. Lo mismo afirma McDonagh para a huir de la consideración de One Hit Wonder. La confirmación (de que estamos ante un cineasta que puede marcar época) llega de la mano de una historia que decide aparcar (aunque no del todo) el tono cómico para llevarnos al infierno (interior y compartido) vivido por un cura (último hombre decente en unos tiempos ciertamente indecentes) al que, en una de sus rutinarias sesiones en el confesionario, le confiesan (claro) que le matarán en una semana. Lo dicho antes: para captar la atención de la audiencia, nada mejor que un inicio impactante. Cuidado, esta temprana declaración de intenciones no es un farol. El director londinense firma una película prodigiosa en todos los sentidos, en la que, por difícil que resulte de creer, el gran Brendan Gleeson (protagonista del calvario, a través del cual se filtra toda la acción) no es el único en comerse la pantalla.

Es éste un banquete con muchísimos comensales, a cada cual más inspirado (y con más hambre), y en el que cada plato servido nos hace salivar de manera casi indecente. Impecable tanto en la preparación como en la presentación del envoltorio y del contenido, McDonagh saca toda la intensidad de los tonos verdes y anaranjados característicos de esa nación que se reivindica como un personaje más, para narrar, siempre con un altísimo nivel de auto exigencia, un cuento único, precioso y terrible. Tan divertido como devastador. Porque lo que empiezan siendo las amables (aunque siempre hostiles) locuras de una pequeña localidad irlandesa, se convierten, sin previo aviso, en un señor drama, de una gravedad insoportable (pero para nada cargante); en un desgarrador réquiem en siete movimientos, dedicado a aquello que tanto tiempo lleva resistiéndose a morir. De repente, el cacique del pueblecito se baja la cremallera de los pantalones y descarga toda la orina acumulada sobre el cuadro Los Embajadores, de Hans Holbein.

La gamberrada, por supuesto, podría hacer gracia, pero vista más de cerca, y una vez pasada la carcajada refleja, adquiere la categoría de salvajada... y el pobre servidor del Señor se ve envuelto en el acto final de la Fuenteovejuna (en versión gaélica) más cruel. ''Todos a una''; toda la comunidad, como ya sucediera con aquellos 'Perros de paja', en contra de un individuo que pagará por ser inocente. El canto funerario va dirigido a lo venerable, a lo sagrado... a todo aquello que ya no se respeta (hagan la lista... y tengan paciencia). Permiso para hablar, por supuesto, de justos y pecadores. Y de crímenes, y de castigos, y de posibles expiaciones. Y de la crisis (la que realmente importa); de la amoralidad de unos tiempos que no merecen (ni precisan, ni quieren) acercamiento moral alguno. Ya lo ven, en poco más de hora y media de metraje cabe esto, y mucho más. Cualquier discurso necesitaría días enteros; cualquier texto requeriría miles de páginas para decir lo mismo. Se confirma, de paso, y por si había dudas, que Dios (si así lo prefieren) ha muerto, que sus sesos están esparcidos por la costa de Irlanda, que cada vez le quedan menos vidas extra con las que jugar... y que a cada día que pasa, le queda menos gente a la que pedirle ayuda.
reporter
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