¡¡Cuéntamelo todo!!, decía Cecile. No podía. ¡Cómo te hace creer que todo es mentira, que la vida es fachada, que todo es aparentar!, para después darle la vuelta y esconderse detrás de una máscara de miedo, casi de cobarde a la par que generoso. Esa sensación de cabrón que se carga la vida que tanto le ha costado construir por un ataque de sinceridad, de locura por ¡vivir algo que ya tiene!. Por eso no puede contarlo todo. ¡En el fondo se muere por seguir viviendo su vida!. Pero a la vez, ¡qué valentía!. Hacer el favor de decirle en la cara a los amigos lo superfluo de sus vidas, de sus costumbres, de sus discursos. Emocionante. Te va ganando a medida que pasa la película. Es una descarga de responsabilidad continua, de quitarse pesos de encima, de quedarse con lo puro, de vivir. Una carrera de reproches que tiene que terminar en el que aparentemente lo inicia todo. El que le hace a su padre. ¡De tal palo, tal astilla!, le llega a decir cuando están pescando. ¡He hecho lo mismo que tú hiciste!. Y en realidad, hizo lo mismo, ir a esconder el amor por su familia en un cajón, en un lugar seguro, donde poder mantenerlo firme e impoluto y alejado de todo y de todos, sin que se entere nadie. ¡qué forma de amar!, la de no querer hacer daño, la de no querer el sufrimiento de los tuyos. ¡Qué triste a la vez!