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México México · Guadalajara, Jalisco
Voto de Sergio Espinoza:
9
Aventuras. Drama Tras un naufragio en medio del océano Pacífico, el joven hindú Pi, hijo de un guarda de zoo que viajaba de la India a Canadá, se encuentra en un bote salvavidas con un único superviviente, un tigre de bengala con quien labrará una emocionante, increíble e inesperada relación. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recapitulemos. Ayer, al salir de la sala de cine, no pude romper la extraña mezcla de sensaciones que se formulaba en mi cabeza respecto a "Life of Pi", la última película de ese versátil y agraciado realizador taiwanés, Ang Lee. A primera vista hubo algo que no me terminó de convencer, y creo reconocer qué fue: la primera hora y media de la película me dirigió hacia la fascinación absoluta; a pesar de ciertas inconsistencias del guión y de la larga introducción (habría que haber metido más tijera ahí en la sala de edición) Lee se rueda una cinta de ensueño, ciertamente la mejor que había visto en el año hasta ese instante. Pero de repente, algo sucedió y la película se fue aplanando hasta diluirse en lo que califiqué a priori como una "dulcificación estúpida". Mi intención con este texto es dejar claras mis impresiones reales sobre "Life of Pi". Después de intercambiar puntos de vista con algunos espectadores y reflexionar seriamente sobre el significado de tantos mensajes cifrados en la trama he llegado a la siguiente conclusión.

"Life of Pi" es, sin duda, la cinta definitiva del realismo mágico. Esta sub-corriente narrativa había sido llevada con más pena que gloria a la gran pantalla. Salvo honrosas excepciones, entre las que podemos contar los experimentos simbólicos de Terry Gilliam y Michel Gondry y las exuberancias tétricas de Tim Burton, los experimentos visuales con historias de corte cosmo-fantástico no suponían un ejercicio que resistiera el análisis cinematográfico serio. Ang Lee, junto con su guionista David Magee, han adaptado una novela menor del género (ciertamente algo sucede con las adaptaciones de grandes obras literarias al séptimo arte, todas se van al traste. Para mayor ejemplo no ha nacido quien ose acometer la majestuosa hazaña de contar Cien Años de Soledad, la obra maestra por excelencia del realismo mágico, en 35 milímetros durante 2 horas) de Yann Martel, y han elevado el rango con un serio atrevimiento.

Han dado en el clavo la mayor parte del filme porque Lee posee un talento natural para hacer fluir una historia. La cinta así se divide claramente en dos partes. Durante la primera, vemos a Piscine Patel ya maduro contando a un escritor la historia de sus orígenes y atestiguamos el desarrollo de su infancia y adolescencia en una versión idealizada y un tanto caricaturizada de la India post-independentista: el tono de la paleta fotográfica es maravilloso porque antes que nada "Life of Pi" es una gran fábula, y lo que se nos cuenta no necesariamente tiene que ser visto a través del fondo de botella de la abrumadora miseria de la península índica. Además, se nos invita a creer que el atribulado Pi se encuentra a medio camino de un descubrimiento místico del papel de Dios en la vida de la humanidad, a través de las tres grandes religiones que conviven en la India: hinduismo, islam y cristianismo. Esta parte, si bien es pertinente, por momentos nos lleva al tedio en virtud de su innecesario alargamiento y la poca gracia de las relaciones que teje Pi en su juventud. Acaso la escena con el tigre en los calabozos y el extraordinario manejo del montaje sea lo más rescatable

La segunda parte, que es en sí "la" película, comienza con el naufragio del barco que lleva a Pi y a su familia a Canadá y se extiende a través de los tantos y tantos días que tuvo que sobrevivir éste a bordo de una barca en la compañía de un gran tigre de bengala. Aquí Lee se roba la pantalla con un soberbio ejercicio de narración, en el cual avanzamos a través del océano en una batalla por la supervivencia entre Pi y "Richard Parker", verdadera proeza de la animación digital, un tigre tan real que da escalofríos por momentos y que se convierte en un auténtico co-protagonista del filme. Como cuento fantástico que es (y vaya que se siente durante todo el filme. "Life of Pi" transpira toda la esencia de esos grandes libros de fábulas que nos llegaron de Oriente, desde "Las mil y una noches" hasta los libros sagrados de los Vedas), pronto Lee abre paso a la imaginación y a las proezas de los efectos visuales. Nunca antes había sentido el ordenador tan al servicio de una historia. Con pulcritud y tino se nos muestra la falta de horizontes entre océano y cielo, la majestuosidad de una bóveda estrellada, las maravillas de la luz en ambientes naturales, una esperpéntica e hipnótica isla flotante y lo más importante; las fronteras entre civilización y barbarie, entre raciocinio y locura, entre humanidad y animalidad, muy bien tatuadas en la esencia de la obra y el guión.

El tercer acto de la obra, que es el que, en principio, me había echado a perder la película ayer, visto hoy con más calma, se ha convertido en una especie de llamado a rescatar la importancia de contar historias. Más allá de que la interpretación plana reduzca el horizonte de sucesos final como un desvergonzado llamado a abrazar la religión y la fe, prefiero dar una segunda lectura. Pi, en su desventura océanica, debió inventarse dos, tres, mil historias para sobrevivir. Para trascender la terrible paradoja de la condición humana. Eso era, si mal no recuerdo, el principal tesoro de las fábulas orientales. Ese es el objetivo final de la literatura y el cine. Ese es el principal mensaje de "Life of Pi", una extraordinaria película de un gran artesano como lo es Ang Lee. Anoche me tenía atribulado, hoy le he dado una segunda oportunidad y superó la prueba. Habrá que verla de vuelta y revalorar.
Sergio Espinoza
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