La animación de calidad es sinónimo de Pixar, y quizá fuera de ello hace mucho frío, así que cuando se hace algo bueno, hay que darle la bienvenida. Y Netflix lo ha hecho. Se nota la influencia de los productores  Phil Lord y Chris Miller, autores de “Lluvia de albóndigas” o “Spiderman: un nuevo universo” (esta me gustó menos, aunque reconozco su creatividad).

La película nos sitúa a una familia media, con sus pros y sus contras, un poco atolondrados, en la que cualquiera puede verse reflejado. Por vicisitudes, ellos son la última esperanza de la humanidad frente al levantamiento de los siniestros robots y máquinas de todo tipo. Un viaje alucinante, lleno de creatividad por parte de sus guionistas, en el que los gags son asombrosamente continuos, pero terriblemente buenos. El ritmo es extraordinariamente alto, pero sin cansar, con una labor de montaje más que notable. No faltan las referencias a otras películas, la más clara “Terminator 2”, y el mensaje de crítica hacia las grandes corporaciones queda más que subrayado. La peli no es tan inocente como pueda pensarse en un principio.


El perro que acompaña a la familia, Monchi, amorfo y vago, es entrañable, un protagonista más, aunque todos los miembros familiares tienen su cuota de importancia. Desde el padre anti-tecnología y fanático de la naturaleza, hasta la hija cinéfila.
Lo bueno es que en contraposición de tecnología (incluso aparece Silicon Valley), la película resalta las emociones y la unidad familiar como un valor refugio siempre seguro.

A nivel técnico, combina de manera magistral la ilustración 2D, con el 3D, con constantes storyboards de Katie, tiras youtubers y similares. Una genialidad.

Y llegamos al humor, la película es divertidísima, la puede ver toda la familia sin rango de edades, y posiblemente guste a todos. Es una avalancha de creatividad, buen rollo, y CINE de animación en mayúsculas. Una de las películas del año.