Que la herrumbre y el polvo ya empiezan a ser el canon de cualquier producto que invoca la figura del conde más famoso de todos los tiempos, es más que obvio y patente: el nuevo mileno no ha tratado con la distinción que merece a nuestro entrañable conde.

Sin embargo, al albur de la nueva moda de resucitar viejas glorias a través de seriales, ha surgido sin previo aviso ésta nueva "Drácula: la serie".

La serie cuenta con tres episodios: todos ellos con una personalidad y estilo notoriamente diferenciados. Mark Gattiss intenta renovar el icono a través de una mirada socarrona, hiriente y hasta autoparódica del "monstruo" ofreciendo momentos de sobresaliente calidad, (primer capítulo) que se ven devorados por la propia naturaleza autoparódica de sus personajes: todos ellos actúan buscando la complicidad del espectador, al que intenta deslumbrar con golpes de guion imprevistos pero desastrosamente resueltos: sobre todo en su tercer acto.

Cierto es que Claes Bang (Drácula​) y Dolly Wells ( Agatha Van Helsing) tejen unas interpretaciones excelentes y que adquieren una personalidad brutal que en nada tienen que envidiar a anteriores encarnaciones de sus respectivos personajes. Pero tanto la escritura del guión, (atropellada y sin ritmo) así como ese aroma a lo Barnabas Collins de principios de los 90's no ayudan en absoluto en ofrecer diálogos freudianos que ayuden a tomarnos en serio la naturaleza psicológica del depredador que hay detrás de la carne preternatural. Ese intento fallido revela a las claras la voracidad y ansias de ofrecer un producto de naturaleza marcadamente kitsc e inacabado por parte de ese nuevo gran hermano llamado Netflix y se nota, ya en su tercer episodio, que la serie cuenta con un equipo formidable pero escaso de presupuesto y tiempo para hilvanar un verdadero clímax final.

En conclusión: entretenida, a ratos algo lenta pero con un primer episodio que justifica su visionado y a la vez hunde los otros dos por no estar a la altura del primero.