La película no es un alegato feminista maniqueo. Más bien es una reflexión sobre la crisis de los cuarenta, alentada por una inesperada noticia que provoca, además, una crisis de identidad asociada. Quedan reflejados la fragilidad de los falsos sentimientos de seguridad y la propia existencia, que puede quebrarse en unos pocos meses, después de toda una vida de proyectos. La cuestión es que no se puede eludir la responsabilidad del camino que se eligió, aunque siempre se puede cambiar el rumbo. Las circunstancias en el momento de tomar decisiones son muy diferentes veinte años después, cuando se ven las cosas de otro modo. Lo malo no es errar, es no seguir con el intento. Nadie puede presumir de acertar plenamente más de una vez de cada tres, salvo los dioses y los super héroes de la ficción. El film está cien por cien conseguido, en un ambiente social intelectual, donde se combinan algunas conclusiones deprimentes con otras que engendran optimismo. Es la vida. Un diez por los actores que hacen creíble la escenificación y por la buena realización.