Fascinante relato sobre la mortalidad en un futuro deprimente y gris, tanto por las paredes derruidas por el paso del tiempo, como por las perspectivas de vida de aquellos que viven debajo de las nubes, perseguidos cruelmente por la policía si no acatan las normas. La secuencia inicial plantea la crudeza del corto, y abre un abanico de interrogantes muy interesantes.

En algún momento de nuestras vidas, seguramente todos pensamos en la muerte. En nuestra propia finitud, y la de quienes nos rodean. Y asusta. Pero no menos aterradora me parece la idea de vivir para siempre. ¿Cuál sería el sentido de levantarnos todos los días sabiendo que nuestra longevidad nunca caducará? ¿A partir de qué momento los días se parecerían tanto los unos a los otros que se volverían insoportables? El corto plantea estas y otras cuestiones a partir del contraste entre el inmortal protagonista y quienes prefieren rechazar ese "regalo".

¿Y por qué alguien lo rechazaría? La respuesta no está solamente en un diálogo clave durante el clímax de la historia. También está en los ojos del protagonista. Su mirada cansada y vacía contrasta con los ojos cálidos y puros de los niños a los que se enfrenta. Y en ese abismo de diferencia la pregunta se responde sola. Y ahí comprendemos (junto al protagonista) que para esos padres, que renunciaron a la inmortalidad, bien vale la pena el riesgo de vivir perseguidos a cambio ese rato en el que volvieron a ver el mundo a través de los ojos de un niño.