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España España · Barcelona
Voto de Marcos Orgaz:
8
Drama. Romance. Musical Enero de 1942, 400.000 judíos de toda Polonia llevan más de un año confinados por los nazis en un estrecho gueto en mitad de la ciudad. Fuera del muro, la vida sigue adelante. Dentro, sus habitantes luchan por sobrevivir. Sin embargo, el alto muro de ladrillos no consigue parar la creación de un grupo de actores judíos que, en una helada noche invernal, interpreta una comedia musical en el teatro Fémina. Los espectadores ríen y se ... [+]
2 de diciembre de 2021
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por Marcos Orgaz
02 DIC 2021
Para Segundo Desayuno



De acuerdo, os voy a contar un secreto. Uno evidente. Siempre he querido ser Rodrigo Cortés. Al igual que mi hermano, mi gran amigo Rafa, Harold o el tipo que vendía por televisión aquella milagrosa mascarilla para adelgazar la cara. Si habéis escuchado hablar —o leído— al señor Cortés, sabéis de qué hablo. Cuentan además ciertas lenguas que uno dirige igual que escribe, que mira igual que habla y observa tal que mira. O quizás no hubo tales lenguas y quizá, y tan solo quizá, emanen del hombrecillo que vive dentro de mí y que lo admira. ¿Pero os dais cuenta de que estoy empezando a irme por las ramas?

Entonces, ¿dónde estaba? Ah, sí, es miércoles. Madrugo, me dirijo al cine y entro en la sala; me acomodo en mi butaca de siempre y me dispongo a ver Love Gets a Room, (El Amor en su lugar). A continuación, apagan las luces y se produce dicho instante que Virginia Woolf describió brillantemente como de expectación. Los asistentes del pase se frotan papel y bolígrafo y dan inicio a sus cuchicheos: «¡Psst!, juraría que es la de Rodrigo!», «Oiga, sucede todo en el Gueto de Varsovia ¿verdad?», «Tío, he leído por ahí que es un musical», «¿Perdone, sabe cuanto dura?», «¿Sabes?, esta noche juegan los Knicks y Kemba Walker estará como suplente, ¡voy a perder cincuenta pavos!».

La película por fin arranca y tras la primera gran secuencia y ante la atenta mirada de mis compañeros de prensa, comienzo a conjeturar: «Esto va a estar bien» —pienso—, y naturalmente, con mis aires de grandeza y algo de fortuna, acierto. La trama avanza y me percato de que la mayoría de las actuaciones son sensacionales y que Clara Rugaard, la muchacha que interpreta a Stefcia, es simplemente genial; bella y rebosante de talento. También Ferdia Walsh, su compañero; quien me resulta carismático y leal. Noto como la cámara no deja de moverse, intuyo que a sabiendas de que los personajes van a poder hacerlo poco. Por la razón que sea, a Rodrigo Cortés le vuelve a interesar el no salir del ataúd —en este caso teatro— y eso, a mí, me entusiasma.

Muy bien, entonces me encuentro en mitad del metraje y me está interesando lo que veo y escucho. Me cautiva la Banda Sonora a cargo del extraordinario Victor Reyes, el montaje y las voces de los actores entonando el mensaje que comienza a entreverse sobre la necesidad del Arte en un mundo deplorable. No obstante, acude a mí un nuevo juicio cuando los diálogos deambulan por recovecos más sinceros. Llegando el final, por ejemplo, cierto personaje le pregunta a Stefcia: «¿No crees que hay vida después de la muerte?» A lo que ella responde de manera acertada y totalmente objetiva bajo mi humilde —y como siempre irrelevante— punto de vista, con total conocimiento en lo referente a la condición humana: «No estoy segura de que haya vida antes». Es entonces, cuando la película pasa de gustarme a fascinarme. Cuando muestra que aún haber escasos momentos de felicidad, ya sea por el amor, el Arte; ya sea por cualquier distracción y pese a ser conocedores de lo dolorosamente absurda y deprimente que es la vida, seguimos estando programados para resistirnos a dejarla partir.
Marcos Orgaz
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