La tierra de Jauja, es ese lugar mítico de prosperidad y abundancia que buscaban estérilmente en el Nuevo Mundo algunos españoles del siglo XVI.
Y allí parece intentar llegar también Gunnar Dinesen, un mariscal danés con su correspondiente medalla en el pecho y su ridículo espadón al cinto, que marcha acompañado de su joven hija la bella Ingebord (Malling) por tierras patagónicas.
En medio de un enorme desierto se mueven una especie de bandidos, constructores, indios ... hasta la bruja Piruja. Y todos se entienden medio en francés, medio en danés, medio en argentino ... Aunque hablar, hablar, se habla muy poco.
También aparece un soldadito de juguete que se encuentra en la playa Inge. Y otro de carne y hueso con el que se larga en busca de ¿aventuras? Perdidos en la inmensidad del tedio nos da por pensar si no se tratará de una nueva versión de "El soldadito de plomo" sin cojera y con bailarina guapa. Como Hans Christian Andersen también es danés ...
En la búsqueda de la hija que emprende Gunnar vuelve a tropezarse con el juguete ... y con el perro sarnoso de la bruja que le regala una brújula ... para que no se pierda. Sigue en spoiler.
Tanto el guion como la dirección es absolutamente incomprensible. Sin ritmo ni caracterización de los personajes. Si es eso lo que pretende Alonso lo consigue plenamente, otra cosa es que espante a los espectadores.
La trama literalmente no existe, una sucesión de imágenes, alguna de verdadero mal gusto.
Cinta lentísima, aburridísima, friísima, patagonísima. Por aquí los argentinos tienen fama de hacer trascendentes cosas de relativa importancia con su verbo florido. Pero, vamos, aquí el director enfatiza la nada más absoluta.
¿Tiene cosas positivas? Sí, los paisajes, ver a Mortesen, el color, la fotografía, pero los planos, bellos, de acuerdo, se alargan y alargan y alargan hasta hacerlos interminables, eternos.
Sin embargo, para nosotros lo mejor de lo mejor es la crítica de los profesionales. Esos si que parecen haber encontrado Jauja. ¡Juá, juá ...!
Película muy floja. Huir.