Ya amé en su momento "Una pistola en cada mano", cuando apenas si sabía quién demonios era ese tal Cesc Gay. Y en este segundo visionado, justo cuando no solo ya sé quién es ese tipo, sino que lo considero uno de los cineastas más inteligentes y certeros del panorama nacional, la amo lo mismo o más.
"Una pistola en cada mano" se orquesta como una comedia amarga bordeando lo negro compuesta por cinco historias, a modo de segmentos, en la que un finísimo Cesc Gay, a modo casi de Álex de la Iglesia de los sentimientos humanos, se ríe con mucha inteligencia de esas pequeñas e incomodas miserias que deparan el amor y las relaciones de pareja. Siempre además con el hombre como eslabón débil del tándem, como no podía ser de otra manera. Todo ello comandado por un guion extraordinario que derrocha verosimilitud y credibilidad en boca de un reparto estelar, muy bien dirigido, y componiendo auténticos duelos de western. Sumando y sumando al final tenemos una especie de "A Barcelona con amor" —o con desamor— digna de un Woody Allen más pendiente del guion y menos de fotografiar bonita la ciudad de turno.
Dentro de que las cinco historias me han apasionado, he de admitir que en su conjunto "Una pistola en cada mano" va de menos a más. Un Cesc Gay que sabe exprimir al máximo lo cotidiano crea un estupendo in crescendo que acaba por todo lo alto con dos historias para el recuerdo —y la vergüenza, si eres hombre—.
En resumidas cuentas, espero que ya haya quedado patente mi amor por "Una pistola en cada mano" y por Cesc Gay.