El enfant terrible y niño prodigio del cine actual, Xavier Dolan vuelve a dejarnos otra grandísima película confirmando su estilo único y creando una angustiosa y sensible relación madre-hijo en los suburbios canadienses.

Dolan encierra a los personajes y al espectador visualmente en un formato vertical que se abre solo en los momentos de plena libertad y felicidad, una forma con justificación más allá de deseos estéticos. Dolan vuelve a crear personajes femeninos fuertes, atractivos y tremendamente sensibles y terribles, convirtiéndose la figura de la madre en una de sus marcas estílisticas de su ya madura filmografía.

Dos actrices habituales del joven quebequés realizan una entrega como pocas veces hemos visto estos últimos años acompañando a ese malcriado hijo interpretado por Antoine-Olivier Pilon del que no puedes apartar la mirada.

Dolan firma su película más sensible y quizás la más accesible de su carrera, un cineasta con su propio mundo y autoría, que consigue como pocos un prodigioso uso de la música en la narración y transmite una sensación de originalidad y libertad como es difícil ver en el cine contemporáneo.