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Voto de Darius Somerset:
10
Drama. Terror En una isla viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan... (FILMAFFINITY)
12 de enero de 2012
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La hora del lobo es la hora en la que más gente muere, en la que el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales y cuando nacen más niños". Así es como Bergman describe ese instante en el que la noche ya ha terminado pero el día aún no ha comenzado, ese momento en el que los fantasmas campan a sus anchas en las regiones más ocultas de nuestra psique y en el que la línea que separa realidad y ficción se muestra ante nuestros ojos irremediablemente borrosa.

La hora del lobo narra la angustiosa estancia del pintor Johan Borg (Max von Sydow) y su esposa Alma en la deshabitada isla de Baltrum. En ese espacio austero y lúgubre, se crea el caldo de cultivo perfecto para que la neurosis de Johan se despliegue con una terrible corporeidad, proyectando así sus carencias emocionales, sus obsesiones sexuales y sus insatisfacciones creativas en unos seres antropófagos capaces de desangrar su ya de por sí aprensivo carácter, y por ende, el de su inocente y amante esposa.

Bergman firma así, según sus propias palabras, su primera película de fantasmas, desplegando ante nuestros ojos una inquietante galería de alucinaciones que va más allá de lo sensitivo. Y es que pocas veces el idilio entre neurosis e individuo se ha antojado tan material tras una cámara de cine. Los fantasmas de Bergman hablan, comen, se emborrachan, manipulan, seducen y se relamen de gusto al escuchar La flauta mágica de Mozart. Utilizan todas sus tretas para separar a Johan del lado de Alma, que asiste indefensa a la degradación a la que son sometidos en cada uno de los encuentros con estos fantasmas burgueses y antropófagos que parecen suspendidos en un limbo de sucia camaradería.

El espacio, opresivo como una cámara cerrada; la fantasmagórica luz de Sven Nykvist (El quimérico inquilino, Sacrificio); la austeridad de la cámara de Bergman, que soluciona la mayoría de las de las secuencias del film, con abigarrados y casi inmóviles planos secuencia, unidos al ritmo de la narración, que se dilata durante escasos ochenta minutos (un minuto puede resultar una eternidad si se padece de ese mal llamado miedo), convierten a La hora del lobo en una de las más inquietantes aproximaciones al resbaladizo terreno de la paranoia.

Filmada en 1966 y sucesora de la excelente Persona, La hora del lobo se desarrolla en un mundo de fronteras imprecisas y produce en el estómago una sensación propia de un día en ayunas. La aglomeración de fantasmas desplegada en el film, inspirados en un grabado de Axell Fridell, conduce el desarrollo del drama con una batuta enmohecida. Viejas que se quitan los ojos cuando tienen la vista cansada, hombres pájaro o marqueses que se suben literalmente por las pareces a causa de los celos, conforman ese espacio grotesco propio de nuestras peores pesadillas, ese pozo sin fondo sobre el cual oscilamos día tras día tratando de no perder la cabeza.
Darius Somerset
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