Una película que se hunde al final, pero cuyo viaje compensa. Paul W.S. Anderson nos da un terror distinto, tirando hacia lo psicológico y nos regala una pequeña joya de terror espacial que serviría de referencia en los años venideros, sobre todo a videojuegos como Dead Space o a la propia saga de Silent Hill, refinando y puliendo esta fórmula de idas mentales que mezclan perversión y gore por igual pero con un gusto exquisito.

Una película que busca más el mal cuerpo que el terror, que es claustrofóbica pero a la misma vez no es incómoda de ver, y que cuenta con la buena suerte de contar con un reparto más que aceptable en una época donde esta serie de películas tenían ya casi un tufo a serie B.

Tal y como pasa con películas de este tipo, donde lo visual no tiene tanta importancia como el diseño y lo que hay detrás, ha envejecido estupendamente bien. Al menos, hasta que llegamos a esa parte final mucho má cuestionable.