Completo la filmografía de largos de Aki Kaurismaki, el gran hermano del cine finlandés (razón, Mika) con La vida de bohemia, rodada en Francia y en París para decirle claro pero no excesivamente alto que yo soy bohemio, mi cine es bohemio, mis actores lo comprenden y lo son pero mis personajes lo son aún más. Y a mucha honra.

Qué significa ser bohemio a la Kaurismaki. ¿Vivir en un piso, a ser posible ático, compartido en compañía de dos desconocidos que rehúsan la idea de lo prohibido y se acaban la botella de vino la primera noche que comparten cuatro paredes? ¿Significa ser escritor o pintor o ... y reconocerse con un simple gesto sin necesidad de palabras? ¿Significa ser un ser humano, solidario inter pares, solícito ante el desamparo de la noche, selectivo al instante ante la iniquidad? ¿Significa ser un hombre bueno?

O mujer.

Tan repentinas como fugaces las relaciones con la bohemia, con un hombre, la mujer, el amigo, tan perdonable el error, la traición, los celos, los cuernos. O tan incomprensible todo para el no iniciado. Incomprensión en la bohemia, en los guiones de Kaurismaki, en su cámara lenta, en sus encuadres de cuadro, en cualquiera de sus planos secuencia. O en Matti Pellonpää.

Porque no es óbice el idioma o el suelo cinematográfico que pise Kaurismaki para que sus grandes actores fetiche aparezcan o dejen de hacerlo. Y André Wilms se convertirá en kaurismakiano cuando haga continuación de bohemio en Le Havre veinte años más tarde. Le Grand André.

Bohemios, sin patria y casi sin oficio ni beneficio, pero muy humanos, como le dije hace poco a Juan Solo. Y si Lars Von Trier dejase la cámara en mano. Kaurismaki, Aki. El Kiarostami del norte.