Sin ser la mejor obra del gran Clint Eastwood, este filme tiene su rúbrica, más que por el ánimo patriótico (inocultable e innegable), por llevar la idea de un spaguetti western a los términos del siglo veintiuno. La película es, una vez más, la reivindicación de la formación de un hombre, un macho. El hombre aborda a la mujer en un bar y solo con su aura la hace ver que es la mejor opción que tiene para reproducirse. El hombre se educa en el dolor que otros hombres le brindan como forma de concederle cédula de identidad y de reciedumbre. El hombresabe disparar, sabe defender lo que es suyo, así en últimas no tenga nada. Por ello, esa reivindicación es uno de los buenos motivos del cine de Eastwood, y es como si lo viéramos a él fruncir el ceño cada vez que los enemigos lo acechan.
En esta ocasión, Chris (Bradley Cooper) es el héroe que cambia el sombrero de su Texas natal por una gorra de marine, por un casco de soldado, y deja el revólver por una espectacular arma de tiro con la que se le puede asestar un golpe de gracia al opositor a kilómetros. Y así se da la historia... A medida que sube el drama y la intensidad del conflicto bélico plantado en Fallujah, Irak, aparece el cruel enemigo, con poderes tan letales como los de Chris, y ahora las miradas se cruzan a través de los telescopios sobre los súper rifles. Solo bastaba que Clint diera silencios largos y el sonido de los silbidos para rememorar consistentemente a Sergio Leone.