Monzón crea un filme muy estético y comercial, la dirección artística encargada de la ambientación a la época está muy cuidada, con una gran cantidad de localizaciones. Un recuerdo sórdido a aquellas películas como Perros Callejeros pero menos turbia, mas luminosa y colorida que aquellas de antaño que solían tener un toque casposo y quinqui, dándole una vuelta de tuerca pero sin perder la esencia de la historia reflexionando
sobre la brecha entre la memoria y la nostalgia. Tiempos de vivir muy rápido, de coquetear con las primeras drogas, aquel verano de 1978 fue el último antes de la aparición de la heroína, donde el lugar de nacimiento marca para siempre las posibilidades y guían las decisiones. Este film consiguió en mi despertar heridas sin cerrar, recuerdos de antaño y viajar a momentos únicos, trasladándote a la época de los protagonistas, el objetivo principal del filme, cometido que logra con creces. Para los que vivieron esos años será una película nostálgica y hermosa, para los que son mas jóvenes será una visión de un mundo que formo parte del pasado, que entretiene, involucrándolos en las peripecias de sus protagonistas, pero seguramente sin despertar una admiración excesiva con alguna excepción. Amores de juventud, máquinas recreativas y drogas, un cine prácticamente en extinción.