Es, en mi opinión, su obra maestra. Son tres las razones que me lo demuestran. La primera es la historia, dura y hermosa, sobre el amor fraterno-filial y la apología de la ficción como vehículo de primera clase para contar la verdad. La segunda es la madurez de Burton a la hora de exponer y desarrollar esta magnífica historia. La tercera es que la magia de la película no es plástica, forma en la que había acudido la magia siempre a cada película de este extraordinario director, sino que es tan natural como la historia que cuenta. Si hubiera que hacer una lectura profunda de esta película nos podríamos extender largo y tendido sobre ella porque tiene tantos recovecos y capas que una simple lectura no nos deja explicar más de lo que se quisiera.

La película es un cuento, un hermoso y duro cuento. Pero también es un canto hacia la devoción que siente Burton hacia los cuentos como forma maestra de contar una verdad. Y es una película que habla sobre la pérdida, el tiempo, el amor, la aventura de vivir...es una película que habla sobre la vida. De cómo contar la vida. Hay dos versiones, como se explica en una de las escenas maravillosas de ésta maravillosa película, y una de ellas es la que nos hace soñar. Y Burton lo logra, nos hace soñar, reír, llorar. Burton es el mejor cuenta-cuentos del cine, el más inteligente, visionario e imaginativo director.