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España España · Cines Astoria Alicante
Voto de Bloomsday:
7
Drama. Ciencia ficción. Romance Adaptación de una novela de Kazuo Ishiguro, el autor de "Lo que queda del día", que también fue llevada al cine (James Ivory, 1993). Kathy, Tommy y Ruth pasan su infancia en Hailsham, un internado inglés aparentemente idílico, donde descubren un tenebroso e inquietante secreto sobre su futuro. Cuando abandonan el colegio y se acercan al destino que les aguarda, el amor, los celos y la traición amenazan con separarlos. (FILMAFFINITY)
18 de marzo de 2011
56 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay varios anestésicos para olvidar nuestra condición caduca. En primer lugar, un “thymos” platónico –creo que era platónico, no me hagan mucho caso– que aplicándolo a la peli sería la búsqueda del reconocimiento –mediante la posesión o envidia– con la que Keira Knightley se aferra a lo que pilla. Otras formas de eternidad ilusoria, en la clave idealista de los otros dos protagonistas, son el romance y el arte como ramalazos de infinitud (bonita metáfora la de la galería artística; lo del amor está más visto). Así decimos: “Te quiero para siempre” o “autor inmortal”, aunque todos sabemos que inmortal no es ni el soporte (ya sea lienzo, partitura o daguerrotipo).

El romance o la manifestación artística son elementos del "pathos" humano, parte del desengaño vital y del estertor humillado de cuneta y madrugada el día que te dicen que “no”, que a la mesa-camilla. El amor muere, el arte no sirve para la prórroga. Qué putada, porque a ellos encomendamos en vida nuestras almas. Por mucha ilusión holística en que nos regocijemos al sentir la punzada del romance o el lirismo, al final no hay sitio para la huida o la reclamación. Solo individual sometimiento u obediencia, puesto que lo inexorable no admite réplica.

Quizás eche en falta una mayor definición de la infancia y sus dudas. El despertar sexual, el amor y la envidia; el misterio orgánico de nuestros cuerpos y sus reacciones. Los vaivenes del madurar y esas cosas que la novela apunta con tino, aunque sin evidencias, en su introducción. Pero la segunda parte del film supera el manido “de dónde venimos y a dónde vamos” empleando la carga emotiva. Trucando una reflexión que descarrilaba ya, por trivial, en capacidad dramática desnuda y desgarrada. Y ahí gana puntos el asunto, recurriendo a la desesperación sin efectismos.

La película comete el pecado venial del monólogo último. Si eliges tono flemático, trasladando el poso de la novela de Ishiguro a un ritmo de cadencia reflexiva –que no lenta, no jodan– creo que ha de preponderar el silencio. Es el mutismo lo que debió imponerse en ese plano final. Aunque es cierto que no estamos, parafraseando a Luis Martín-Santos, en tiempos de silencio.

En otras palabras:

Si de mí dependiera, yo no habría venido;
Si de mí dependiera, yo no me marcharía.
Y lo mejor sería que en este mundo ruin
Ni llegara, ni hubiera de partir, ni estuviera.

Omar Jayyam
Bloomsday
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