En el intrincado y a veces inaccesible mundo del cine independiente, surge en determinadas ocasiones, un título que eleva el tono de calidad habitual por encima de lo estimable.

Alexander Payne, uno de los gurús de esta forma de expresión, ya había dado en sus anteriores trabajos buenas muestras de su carácter infranqueable, un estilo muy particular, cargado de profunda ironía, y para el que conviene estar bien vacunado, pues la amenaza del tedio planea sobre aquellos demasiado acostumbrados al simple estimulo de lo comercial.

Los paisajes cálidos del Hawái de "Los Descendientes" (2011), han sido sustituidos en esta ocasión por las texturas heladas del norte de los Estados Unidos, pero si bien el aspecto visual se ha reciclado, los personajes mantienen intacto su profundo vacío existencial, porque en el cine de Payne, la vida es dolorosa, y se hace cuesta arriba, quizá por eso, el único arma realmente eficaz para combatirla, es el sentido del humor, siempre que este desprovisto, y esto si es algo obligatorio, de la carcajada fácil.

Una sensación aparentemente depresiva, que se volatiliza con esos pequeños detalles que hacen soportable nuestro transito por este mundo, a veces basta con recibir la carta de un niño al que has apadrinado, - "A propósito de Schmidt" (2002) - o simplemente, como en Los Descendientes, sentarte con tus hijos a ver televisión tras una tormenta de sentimientos. En el caso que nos ocupa, es tan sencillo como conceder una ultima chifladura a un anciano alcohólico, al que seguramente no le queda mucho tiempo, pero que se empeña en recoger un premio imposible, a varios cientos de kilometros de su hogar.

Ese viejo es Bruce Dern, protagonista desprovisto de toda empatía, que ofrece una interpretación memorable, ausente pero tenaz, contenida y sin excesos, todo un ejemplo para su oficio. Le acompañan Will Forte, en el papel de hijo menor, y Juno Squibb, como malhablada esposa de Dern, ambos impecables en sus roles, y que en el caso concreto de Forte, expresan esa bondad que tanto gusta al realizador regalar a algunos de sus personajes, para que actúen como equilibrio de otros perfiles más mezquinos.

En ese punto, sorprende que en esta ocasión Payne no ejerza las labores de guionista, tampoco es que se note mucho, esta road movie es perfecta para escenificar las constantes de su obra, anclada siempre en esa perfección narrativa, que escribe sus propias reglas sin importar demasiado que solo una minoría vaya a celebrar su encuentro. Por eso esta rodada en glorioso blanco y negro, para intensificar su mensaje, y mostrarse como una visión auténtica, desprovista de concesiones, que justamente, es lo que hace de "Nebraska", un film de inestimable valor.




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