Clama al cielo que esta, la última película de Michael Bay, maestro del cine decibélico, haya sido publicitada como algo radicalmente distinto en la filmografía del realizador norteamericano, incluso parte de la crítica especializada, bendice un supuesto giro a paisajes de mayor virtuosismo, alabando su nueva faceta tras la cámara.

Todo falso, la única realidad es que nada ha cambiado en el universo Bay, mi mas sincera enhorabuena a sus seguidores, Pain & Gain les ofrece otro chutazo de adrenalina a máxima velocidad, esto es, infinidad de planos por minuto, cámaras lentas, y encuadres marca de la casa, todo ello bajo el marco de una historia que, de asombrosamente improbable que resulta, tiene que ser verídica a la fuerza.

La moraleja sería, atendiendo a su argumento, que nunca se debe subestimar la estupidez humana, películas sobre descerebrados hay muchas, la cuestión es el enfoque que se adopta, a Bay no se le puede negar su intención de resultar simpático, pero su postura, encaminada como siempre hacia lo desmedido, y su total incapacidad en el terreno del humor, convierten a la cinta en otro nuevo ejemplo de quiero y no puedo, un viaje narrativo caótico y agotador, que por puro exceso, limita casi toda posibilidad de resultar mínimamente respetable como feroz sátira del sueño americano.

Ni la presencia entre el reparto de Ed Harris, ese animal de la escena, consigue dar un punto de sobriedad necesario para compensar algo el ph de la obra, entregada a mayor gloria de un Mark Whalberg tan sublime como desaprovechado, y de un por momentos vergonzante Dwayne Johnson, esforzados todos en un circo desagradecido, cuya única estrella de la pista la encontramos a los mandos de un espectáculo grotesco, que quizá, de haber caído en unas manos más expertas, podría haber dado como resultado algo memorable.

Como conclusión, es posible que lo que se nos cuenta este basado en hechos reales, Bay no ignora tal cuestión, e incluso lo recuerda de forma insultantemente desafortunada en su desproporcionado tramo final, pero su filtro no es el adecuado, y la mejor prueba de ello es, que cuando en última instancia contemplamos los verdaderos rostros de los implicados, nos damos cuenta del truco, y todo se muestra inoportuno e irreal.

Es lo que tiene estar limitado casi exclusivamente para vomitar productos hinchados y vacíos, cuando se quiere adoptar un discurso más serio, la cosa se parece, nunca mejor dicho, a un culturista anabolizado, impresionante por fuera, pero tristemente vacío en su interior.