Es difícil cuando se trata un tema como la decadencia, la enfermedad y la muerte, no caer en ternurismos, en sentimentalismo barato, o en una filosofía de andar por casa, sea esta de corte estoico, epicúreo o cristiano... con todos mis respetos para quienes profesen estas ideologías/creencias. Y es que el hecho de la enfermedad y la muerte nos toca tan a fondo que cualquier aproximación correrá el riesgo de "distraerse" del desnudo e inevitable tema fundamental para refugiarse (por miedo, por convención social, por no saber hacer otra cosa) en cualquier filosofía o en cualquier cháchara banal que evite enfrentarse a lo innombrable.
Maravilloso el papel de Jean-Louis Trintignant, que en sus ojos asombrados manifiesta todo el desamparo de la vejez y la soledad. Pocas veces se puede ver una figura que represente a la vez la desolación y la dignidad. Mientras cuida a su mujer, desfilan por la película una hija moviéndose entre la despreocupación "preocupada" y la culpa, un alumno o un portero que contemplan desde fuera la escena... La soledad es absoluta y por eso no hay exteriores, porque todo se juega alrededor de esa cama en que la mujer sigue estando sin estar ya.
Maravillosa también esa onírica escena final, en que el hombre sale de casa acompañado por la mujer, milagrosamente recuperada, ahora que ya no están en este mundo.
Conmovedora y a la vez lo más alejada que se pueda imaginar uno del sentimentalismo o de la lágrima fácil.
Todos los que tenemos o hemos tenido familiares en situaciones parecidas podemos vernos en esta historia.