El íntegro Stevens es testigo inmediato de algunos de los acontecimientos que marcarán la historia socio-histórica de la nueva Europa. A su alrededor se reúne la alta aristocracia, se debate sobre la coyuntura política del momento y se toman decisiones capitales, pero él sólo está ahí para asistir, como el digno criado que es. Si le preguntan qué opina, no sabrá qué responder; o dará una respuesta neutral, porque esa es la dignidad y la discreción del mayordomo. De su padre le viene esa formalidad absoluta, esa obcecación en la servidumbre, esa convicción de que el máximo honor en la vida reside en el pleno servicio a un señor. Incluso ante la pérdida paterna, él contiene la emoción y trata el asunto con la sobriedad absoluta en la que ha vivido toda su vida.

Stevens estuvo ahí; mientras otros escribían la historia, y la vivían, él había asumido y asimilado su papel pasivo ante ella. Llegado el término de todo, damos cuenta de que Stevens ha sido espectador hasta de su propia vida, hasta de su legítima posibilidad de ser feliz junto a la mujer que amaba, y el espectador se pregunta si él mismo, en según qué aspectos, en según qué momentos, no se habrá olvidado también de tomar parte en sí mismo cuando era necesario hacerlo, o no hacerlo nunca más.

Gracias.