Estaba muy maja la anterior peli del Anderson; esta no lo está tanto, pero se deja ver. Cuando uno piensa en El Transiberiano, inevitablemente recibe la imagen de Doña Agatha (por cierto, va a ser verdad en que la vida va por ciclos, porque de un tiempo a esta parte la figura de Agatha Christie está menos en boca de todos). Sin embargo, la visión que Anderson tiene del mítico tren, mucho menos glamurosa y más claustrofóbica. Tampoco encuentro demasiados paralelismos entre el film y el gran Hitchcock y su "Alarma en el Expreso", pues se sustituye el mágico suspense por pasiones más bajas y ambientes más insanos. Nadie se morderá las uñas con Transsiberian, el clima no sobrecoge, no se logra subir las calderas de la tensión hasta los niveles que lograban los genios. A cambio si se consigue un buen ritmo narrativo, convencer con una dosis de violencia explícita y subyacente.
Los personajes, todos ellos, son ambiguos e instalados en la mentira como signo de supervivencia. Todos ellos menos el personaje de Woody Harrelson, el más insulso del filme, un hombre al que le suceden las cosas por su lado sin que se entere a malas penas de nada.
El mayor mérito del filme me parece el giro que da a mediados del mismo. Anderson nos plantea un filme y de pronto nos cuenta otro. Él no iba a ser menos que sus personajes.