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Voto de Don Hantonio Manué:
7
Drama. Romance Una viuda de buena familia inicia un romance con su apuesto jardinero. A pesar de pertenecer a dos mundos completamente diferentes deciden casarse, pero su amor tropieza con el rechazo de los hijos de la mujer y de su círculo social. (FILMAFFINITY)
31 de enero de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ironía en "Sólo el cielo lo sabe" no es cinematográfica sino de la vida real, pues Hudson como persona quizás tenía más que ver con el personaje incomprendido de Wyman que con su insobornable, incluso intransigente encarnación, a modo de eje moral, de los valores positivos de libertad e independencia personal. En su condición de macho seguro de sí mismo y pobre-pero-feliz, poco tiene que perder, o con que romper, a diferencia de una mujer incapaz de desprenderse de ataduras familiares.

Estamos en la América de posguerra, la de los clubs sociales y las fiestas elegantes, con el dinero y el éxito social como valores y marcadores de identidad; un sistema en teoría igualitario pero edificado en realidad sobre un clasismo atroz y unos prejuicios que profesan incluso quienes pretenden ser la voz del progreso y de la intelectualidad, como una niña bien cuyas convicciones freudianas son objeto de un poco disimulado sarcasmo. Gente de primera y de segunda categoría, cuando no son directamente invisibles. El conflicto de la persona pasiva, que tiene que elegir por sí misma sus propias opciones vitales, es tan moderno aquí como incomprensible ahora (hoy los tiros irían por una historia de iniciación gay), o simplemente ingenuo y utópico en exceso.

La película lo tiene todo bastante claro, pues frente a las apariencias, la frivolidad de esta clase alta, está el mundo mágico y entrañable, auténtico, de quienes serían los proto-hipsters de la época. Pensar por ti mismo, seguir tu camino… todo esto, sin embargo, degeneraría en la autoayuda del individualismo ultraliberal, o lo que viene a ser lo mismo, la ideología oficial de nuestro siglo XXI.

Al final nos queda una película sobre alguien que no pertenece a ninguna parte, que no encaja con esas convenciones rígidas, pero también le cuesta ser un alma libre; de ahí que su decisión (el amor) sea la única certeza sobre la que edificar su vida, pese a su fragilidad. Pues es una amenaza tanto la pura fatalidad (de un accidente en la nieve) como el hecho de ser fagocitado el librepensador por esa colectividad biempensante, que destroza con sus habladurías y mentiras a quienes se salen del camino trazado.

Tenemos un film de firme construcción formal y puesta en escena nada invisible, pero al servicio de la historia, del drama: objetos (el trofeo, la porcelana, la rama de un árbol, “Walden”...), espacios interiores (el hogar y todo lo que lo habita, sea la típica casa de habitaciones enormes, sea un molino en medio del campo) y exteriores (naturaleza, estaciones, una poética del paso del tiempo, con el reloj presidiendo la existencia del vecindario)… y cómo no, colores. Tonos azules y naranjas, dualismos como en el interior de ella, reflejada en cristales, como el de la televisión, elemento invasor y nocivo con que experimentar la vida desde el otro lado, sin sentirla. Sombras también, y no resulta disparatada la comparativa con el expresionismo alemán, entendido de otro modo, o bien con el distanciamiento del teatro moderno y su utilización evidente del artificio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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