Madre mía qué simpática es ésta pareja protagonista. Te recorren el mundo ( y el cielo ) en un tris-tras dejando muertos y descalabrados por doquier. No importa que el argumento padezca de desnutrición grave ni que los anacronismos cundan como champiñones, ellos a lo suyo, hala, que en el proceso hasta se convierten en pareja de hecho (y de derecho). Qué felicidad es ser una estrella y hacerte las películas a medida, como el que encarga un traje a un sastre y luego, venga, a lucirlo.
Se trata de un entretenimiento light, del tipo del que da la sensación que quienes mejor lo pasan son los actores, mejor incluso que los espectadores.
Oí algo, rumores, que si funcionaba habría secuelas. No, por Dios, no queremos más encierros por las calles de Sevilla, que se escapan y producen el caos circulatorio.
Hagan un encierro en Nueva York, en la Quinta Avenida, y pinten los taxis de rojo.
Seguro que sale un peliculón que arrasará en taquilla (excepto Cataluña, que prohibirá su exhibición).
Para amantes de las comedias de acción descafeinadas y sin nada mejor que hacer. Y olé.