Con el gusto aún en la comisura de mis labios del placer que deja el buen cine, me dispongo a plasmar en este trozo de papel en blanco el impacto que ha tenido para mí su visualización. Admiro las películas que logran meterte dentro de ellas desde el principio, y esta lo es. La siempre misteriosa interpretación de Montgomerie Clift te deja embaucado. No sabes de lo que va, pero te vas adentrando con esa música que te penetra el corazón en el manicomio con caras absortas. Tratas de buscar entre sus caras a dos de las grandes actrices: la Hepburn y la Taylor. Pero no: apareces en una mansión con un jardín trasero que poco tiene que envidiar al más sofisticado de los jardines botánicos. Para entonces, descubres que, para no perderl hilo de los diálogos, no es una película para ver en Versión Original. Son muchos diálogos y cuesta seguirlos y mirar a los ojos de los personajes.

La emoción te va envolviendo, poco a poco, hasta caer absolutamente prendado de Liz Taylor. Quieres y deseas parar el tiempo y mirarla, disfrutar de tan magnífica actuación. Para entonces vuelvo a poner VO para escucharla a ella… Que se pone sus mejores galas para recibir al doctor. “¿qué es locura?”, te preguntas, mientras vas disfrutando de un crisol de creación bestial: Williams, Mank, Clift, Taylor, Hepburn… es soberbio. De fondo, bastante explícito, un complejo de Edipo bestial y la homosexualidad. ¿Cómo diablos burlaron a la censura? Culmina la creación unas escenas de Bagur (Gerona) que, a modo de moraleja, muestran al ser humano en su más cruel panorámica.