Ixcanul es la ventana de acceso a un mundo infranqueable para los ajenos, en una tierra de café y volcanes, de hermosas imágenes que se complementan con un casi antropológico estudio de las costumbres. La mirada de una joven indígena, María, que no sonríe nunca atrapada por un destino marcado del que ningún camino la sacará, dificulta la empatía, excepto en los momentos más íntimos con su madre, la forma en que esta la toca, la mira, la quiere, convierte la relación entre las dos en un canto dulce y extremadamente bello del amor maternal. El desarrollo último de la película, no es solo un acierto, al elevarla más allá de ser una representación de la cotidianidad de una comunidad indígena a las faldas del volcán, sino también en la forma de hacerlo progresar y concluir, en muy pocas escenas de gran realismo, alejado de todo histrionismo, que resulta la forma más cruel de mostrar las injusticias que acumulan y cargan los hijos de ixcanul, a las que sobreviven solo gracias a las olor dulce de madre, de familia, de tierra y de volcán